El mejor equipo de los últimos 50 años.
La saga espacial dirigida por James Gunn es la mejor de todas las del universo cinematográfico creado por Marvel.
Si algo le faltaba a Guardianes de la Galaxia era que su segunda parte fuera igual de buena o incluso mejor que la primera. Con el Volumen 2 ya en los cines es posible aventurar que la saga espacial podría convertirse en la mejor de todas las pertenecientes al universo cinematográfico creado por los Estudios Marvel (hoy parte de la casa Disney) y que incluye entre otras las trilogías (completas o en vías de hacerlo) de personajes como Iron Man, Thor, Capitán América o los Vengadores. Al igual que esta última, Guardianes de la Galaxia está protagonizada por un equipo de héroes que trabajan en conjunto. La principal diferencia entre ambos teams radica en el hecho de que los Vengadores son un puñado de egos tratando de funcionar en equipo, en tanto que en los Guardianes el protagonismo se lo lleva el carácter de comunidad que sus personajes conforman, aunque muchas veces los egos también se saquen chispas. Una diferencia nada menor, en vista de los resultados y proyecciones de ambas sagas. Si La era de Ultron, segunda entrega de los Vengadores, mostró debilidades muy claras respecto del primer episodio, algunas vinculadas a esa falta de cohesión, en cambio el Volumen 2 de los Guardianes no podría ser mejor.
Ya durante la escena que acompaña a la secuencia de títulos, en la que los héroes se baten contra una especie de kraken del espacio, el director James Gunn demuestra ser dueño de una finísima mirada cinematográfica. En ella decide desdoblar la acción para convertir la escena en un impensado musical, relegando a un segundo plano lo que en películas como esta normalmente ocuparía la primera capa. En ese simple pero lúcido movimiento Gunn consigue una modesta obra maestra del pop, al tiempo que deja en claro que Guardianes de la Galaxia es antes que nada una comedia. Una voluntad que luego sostiene en un altísimo nivel a lo largo de toda la película.
Alcanzan apenas otro par de secuencias para notar el juego de paralelismos que el guion comienza a trazar con la saga épica espacial más importante de la historia del cine, La guerra de las galaxias. Ya la siguiente escena, en que la reina de los Sovereing agradece a los Guardianes haber cumplido con el encargo de acabar con la amenaza del monstruo espacial, remite en su diseño y contenido al distintivo final del Episodio IV (el original, que acaba de festejar su cumpleaños n° 40), en el que los protagonistas son honrados como héroes. Una escena más tarde, todo el grupo escapa del ataque de un enjambre de naves enemigas y parece estar viendo al mismísimo Halcón Milenario. Porque de algún modo Quill remite a Han Solo y Rocket, el mapache mercenario, no deja de ser una versión enana, bocona y malhumorada del viejo Chewbacca. De hecho ambas parejas comparten el hecho de haber sido cuatreros espaciales antes de su destino heroico.
Pero el giro más maravilloso que Guardianes de la Galaxia se permite a partir de este juego de espejos, es la inclusión de Kurt Russell con un papel determinante. No sólo por su vínculo con uno de los personajes y porque la tecnología digital permite verlo joven otra vez y con su peinado ochentoso –truco que envía al espectador directo y sin escalas a las emblemáticas colaboraciones del actor con John Carpenter–, sino porque consigue algo más importante: justicia poética. Es sabido que Russell peleó con George Lucas por el papel de Han Solo (en Yotube pueden verse los tapes de su audición), antes de que este quedara en manos de Harrison Ford. Por eso su presencia en este contexto representa un guiño feliz, producto de una cinefilia de raíz rabiosamente popular. Y todo esto es sólo el primer acto.
Cabe una aclaración: entender que Guardianes de la Galaxia asume sin pudor su condición de comedia no significa que los aspectos ligados a la acción sean secundarios o un mero relleno. Guardianes es también una estupenda película de aventuras, en la que la trama es clara y funcional al objetivo central, constituyéndose en el soporte ideal sobre el que la comedia se despliega con comodidad. Para ello no duda en recurrir a un humor muchas veces infantil, convirtiendo a los personajes casi en criaturas de escuela primaria, pasando por un slapstick de dibujo animado no exento de cierta violencia naif, y hasta se permite precisos toques de absurdo y picaresca, todo ejecutado en el momento justo y en el lugar indicado.