La primera Guardianes de la Galaxia se ganó, con ternura, desparpajo e inventiva, un lugar inmediato en la primera clase de productos Marvel llevados al cine. El descastado Peter Quill, mitad humano mitad otra cosa, que escuchaba en walkmans -¡casettes!- viejos éxitos que lo vinculaban a una madre desaparecida, y su compañía de amigos de formas extrañas (la chica de piel verde de la que se enamora, el tronquito Groot, el racoon Rocket), se erigieron en lo más cool que aparecía para hacerle frente a la solemnidad, la grandilocuencia y la vocación de codicia de los tanques de la firma. Si de algo peca entonces este esperado volumen dos es, justamente, de cool, con una artillería de chistes que no para ni en sus trances más densos, en los que Quill se enfrenta a un probable padre llamado Ego (Kurt Russell) y su historia familiar ocupa el primer plano de las aventuras. Son chistes eficaces, pero no tanto, o no todos tanto como parece creer la película, incluido el recurso de la banda sonora de viejos hits, no siempre buenos, que ahora parecen puestos en evidencia, como recursos que no hacen más que gritar que se trata de un producto canchero, retro y piola. Lo notable es que en sus ¡136 minutos! Guardianes de la Galaxia Vol 2 no llega a aburrir, aunque está a punto, y que el carisma, el encanto de los actores, con Chris Pratt a la cabeza, y los personajes es tan enorme que uno seguiría pasando el rato con ellos todo lo que fuera posible. La subtrama sobre el origen de Quill suma gracia argumental con los evidentes malos que no lo eran tanto, un muy divertido rol de Michael Rooker como el azul Yondu y situaciones que siempre se siguen con claridad, a pesar de la cantidad de personajes con su cantidad de matices. A Guardianes de la Galaxia Vol2, más compleja que la primera, no le hacía falta tanto autobombo porque sigue teniendo un corazón tremendo y hasta es capaz de hacernos llorar como unos blandos con canciones que detestamos toda la vida. Y acordate: no te levantes de la silla hasta el final-final-final.