Si hacemos la gran Scream y nos atenemos a las reglas del cine de género, el segundo capítulo de una trilogía debería ser el más oscuro. Pasa con Star Wars, con el Batman de Nolan, incluso hasta con Matrix. Pero acá James Gunn ha reservado lo peor – lo mas fuerte y deprimente – para la entrega final de Guardianes de la Galaxia. Ok, era necesario en algún momento un baño de realidad y dramatismo – sino estos tipos son siempre bufones que salvan el universo con una sonrisa en el rostro -. Pero acá, cuando vamos al drama, el tono bordea lo intolerable. El villano hace experimentos genéticos para crear la raza perfecta – uno de esos experimentos da a luz a Rocket, el mapache cohetero de nuestro adorable grupo de vándalos -, pero los productos fallidos son de una crueldad inusitada. Es como si Gunn estuviera canalizando una versión espacial de La Isla del Doctor Moreau (mezclado con gotas de nazismo), con conejos con artefactos mecánicos como bocas, hurones con brazos de metal y morsas con ruedas como patas traseras – es una visión fantasmagórica que me hace acordar a la intro de Nightwatch de Timur Bekmambetov -. Es chocante y deprimente.
Uno podía anticipar que en algún momento la historia de origen de Rocket sería tocada y, por vistazos premonitorios – ver todos los artefactos y operaciones que tiene su cuerpo – iba a ser una historia triste… pero no anticipaba que sería tan torturante. Eso liquida las intenciones de volver a verla por parte de un buen porcentaje de la platea (entre los que me incluyo). Ni siquiera el final – en donde los cosas deben levantar puntería y Rocket debería obtener su revancha – es satisfactorio. Hay un inesperado toque gore y demasiada masacre, y aunque todo esto no sean mas que CGIs, no deja de ser brutal.
La historia está bien pero tampoco es una maravilla. Los Guardianes se han hecho cargo de Knowhere – la cabeza de un ser celestial devenida planetoide – y están medio hartos de la tarea. Peter Quill sigue extrañando a Gamora, Nebula ya forma parte permanente del grupo – incluso tiene tecnología Stark que la potencia como guerrera – y Drax y Mantis tienen una química que se sacan chispas y es de lo mejor del filme – es increíble todo lo que creció Mantis como personaje -; por su parte Groot es una cosa enorme, musculosa, mas poderosa que su versión original. Entra en escena Adam Warlock, una especie de Superman dorado creado por la raza de los Soberanos – los que odian a los Guardianes -, quien destroza todo lo que puede e intenta raptar a Rocket. Las cosas salen muy mal, Warlock debe huir muy herido mientras que Rocket queda al borde de la muerte. Ahora los Guardianes deben rastrear los orígenes de Rocket para encontrar una cura para su anatomía única a irrepetible, lo que los lleva al encuentro del Alto Evolucionador – un ser todo poderoso que juega a ser Dios, modificando seres de todo tipo a piacere en busca de una raza perfecta y que es el responsable del origen del mapache, de Warlock e incluso de la raza de los Soberanos -.
La historia de Rocket, contada en flashbacks mientras está en coma, es deprimente y repulsiva. Si usted no tiene tolerancia a la crueldad animal, éste no es un filme que pueda tragar. Todo el asunto destila un tufo a experimentos nazis, amoralidad y poderosa crueldad que incluso, por momentos, te hace apartar la vista de la pantalla. Por otra parte al tener a Rocket fuera de acción mas de la mitad del filme nos perdemos a uno de los mejores personajes de la saga. Quill se topa con Gamora Mark II – la versión que vive en este Universo, que es una devastadora aliada con Sylvester Stallone, Michael Rosenbaum cristalizado y otros palurdos que (según el comic) podrían ser la versión II de los Guardianes -, la cual no tiene ni la mas pálida idea de lo que le habla el flaco ni siquiera de su pasado romántico. El azar los pone juntos pero no los revuelve, así que las letanías de Quill por su amor perdido se hacen largas e interminables.
Hay buena acción y buenos chistes pero el tono sombrío empaña las cosas. Como villano el Alto Evolucionador no es muy consistente – a veces es todopoderoso y cruel y otras veces es un histérico que está a los gritos exclamando su impotencia -. Como Adam Warlock Will Poulter se ve enorme y letal, pero después el relato lo “nerfea” – hace sus superpoderes menos superpoderosos, vaya la redundancia – y al final no le da un propósito demasiado válido, quedando en un cameo glorificado. Se supone que en los comics Adam Warlock es una especie de Jesús espacial – un ser de luz justiciero de particular inocencia – pero acá es como un Superman (o quizás un Shazam por su personalidad aniñada) de cuarta.
Guardianes de la Galaxia Vol. 3 es mejor que Quantumania, pero el tono oscuro termina opacando sus méritos. Incluso la resolución se ve abrupta y sin demasiado sentido – de un momento a otro la mitad de esta gente decide probar otro camino y desbandar la pandilla -. Si la taquilla da buenos resultados seguramente habrá un Guardianes 4 pero con otra configuración diferente a la conocida y en manos de otro artesano. James Gunn se despide de Marvel y lo hace con una entrega muy respetable en sus propios términos. Lo que no estoy tan de acuerdo es con el tono, que me arruina mucho del entretenimiento que esperaba. Al menos los hermanos Russo obtuvieron un mejor balance entre el amargo drama, el entretenimiento y el heroismo en las dos últimas de los Vengadores; acá el shock es fuerte y el desenlace tiene sabor a poco como para compensar toda esa amargura previa.