James Gunn y una película auténticamente suya
La tercera y por ahora última película en la serie, recorre un camino indulgente y extrañísimo para llegar a una conclusión bastante convencional.
James Gunn firma una película auténticamente suya - morbosa, grotesca, ridícula, atonal, rozando el mal gusto y llena de volantazos emocionales - y así se despide tanto de los Guardianes como de Marvel.
Por algún motivo Gunn ha decido cerrar su trilogía con una historia sobre el trágico origen de Rocket Raccoon (voz de Bradley Cooper), el mapache y mecánico del grupo. Esto es un poco como si la última trilogía de Star Wars hubiera cerrado con una película sobre los orígenes lacrimógenos de Chewbacca, si el pasado de Chewie incluyera jaulas, trauma, tortura y crueldad animal.
Rocket es herido al comienzo de la historia y el resto de los Guardianes se embarca en una aventura de 48 horas para salvarle la vida. La película cuenta con muchos más Guardianes de los que la trama necesita. Quill (Chris Pratt), aún amargado por la muerte de Gamora (Zoe Saldaña), debe superar su luto (a la vez que lidia con una versión alternativa de Gamora). Los demás - Drax, Nebula, Mantis, Groot, Kraglin, Cosmo - hacen su gracia de siempre, cada vez rindiendo menos. A estos se les suma un tal Adam Warlock (Will Poulter), anticipado en alguna escena post-créditos ya olvidada. No queda claro quién es o cuáles son sus poderes. Su presencia es efímera y confusa.
Guardianes de la Galaxia Vol. 3 (Guardians of the Galaxy Vol. 3, 2023) alterna desprolijamente entre las peripecias de los Guardianes - mezcla de sitcom, acción y ciencia ficción - y flashbacks periódicos al pasado de Rocket. Aquí descubrimos al villano, una especie de Dr. Moreau intergaláctico autoproclamado “Alto Evolucionador” (Chukwudi Iwuji) obsesionado con perfeccionar la vida inteligente. Ha desarrollado una ciencia tan absurda como la alquimia o la frenología, capaz de “acelerar” la evolución de cualquier organismo en seres antropomórficos, como si el ser humano fuera la cumbre natural de todo proceso evolutivo.
La ciencia de esta ciencia ficción es lo de menos. El Alto Evolucionador es el primer villano verdaderamente detestable e irredimible que Marvel ha producido. Aún sin estar muy bien escrito - es arrogante y gritón, y se pone más arrogante y gritón con cada escena - es un alivio finalmente tener un villano que es puramente malvado y no posee el salvoconducto moral de ser influenciado por un Objeto Maligno, como el cetro de Loki, la espada de Gorr o el libro de Wanda.
Las escenas de Rocket y sus amiguitos - animales que han sido modificados y mutilados sádicamente - son una seguidilla funesta de golpes bajos que nunca superan del todo la ridiculez de su concepto o ejecución, aunque es cuestionable si Gunn siquiera está interesado en hacerlo. Como autor habita un espacio liminal del kitsch, regodeándose en todo lo que es cursi y patético. Está enamorado de la imperfección tanto como su villano venera la perfección. Su película es desenfocada y demasiado larga. También es lo más interesante que estrena Marvel en años.
Por compararlo con otro cineasta cooptado por Marvel Studios: si bien ambos se dedican a explorar y jugar con la ridiculez, James Gunn ama a sus personajes y se los toma absolutamente en serio, mientras que Taika Waititi no puede más que tratarlos de estúpidos.