Si nos dejamos llevar por las emociones, esta película merecería más estrellitas. Pero es mejor que acreditemos que es imperfecta porque eso refuerza que los Guardianes están entre los personajes más humanos y bellos que dio la moda de superhéroes. Son mucho menos “súper” que héroes por azar, un grupo de descastados que se convierte en familia, de esas que se eligen. Si la primera película hablaba de descubrir la empatía y la segunda giraba alrededor de la paternidad, esta tiene como norte el “ser uno mismo”, amigarse con la propia historia y animarse a estar solo sin dejar de saber que los amigos siempre están. La trama tiene tres hilos: la reaparición de Gamora y su conflicto con su novio/no novio Star Lord; el intento desesperado por salvar la vida de Rocket, imbricada en la historia del villano (una especie de Dr. Moreau galáctico) y el auténtico núcleo emocional de la película, y la relación entre el deber y la aventura. Si de algún modo los Guardianes era un grupo de chicos jugando en el barrio o la plaza, esta última entrega trata de crecer, de dejar la infancia y mirar el mundo adulto. Con mucho humor y muchísimo color, detrás de este circo con animales y todo hay un cuento profundamente humano. Sería deseable ver la película (o la trilogía completa) más allá del sello Marvel o las modas.