En algún momento, en los últimos diez años, los geeks pasaron a dominar el mundo (y no solo el de la cultura o el entretenimiento, pero esa es otra historia). Fue cuando una generación entera, alimentada a fuerza de un combo de incomprobables dimensiones de cultura pop (comic books, películas de género, videojuegos, canciones olvidadas de la música pop), tuvo peso dentro de la industria del espectáculo y logró trasladar sus particulares obsesiones al mundo entero. Y ese mundo, compuesto por consumidores también alimentados con una dieta similar, recibió esas obsesiones como mandatos: las celebró, las imitó, las transformó en religión. Lo que para los primeros grandes consumidores de esa mitología era una religión para pocos, secreta, de códigos, rituales e iniciados se transformó, en el siglo XXI, en lo que se da por llamar la cultura pop.
Soy parte de esa generación y pasé por experiencias similares. Mi infancia fueron las STAR WARS, los SUPERMAN, LOS CAZADORES DEL ARCA PERDIDA y al día de hoy puedo tararear las melodías de John Williams sin saltarme una nota, de principio a fin. También jugaba a los viejos videojuegos (soy de la era del Pacman y el Space Invaders, mi PlayStation era el Atari de mi amigo Diego J. de Temperley) y escuchaba, sin ironía ni guiño cool alguno, todo el pop de los ’80… en los ’80. Pero en ese entonces, más allá del éxito atronador de algunas de esas películas, los adolescentes alimentados a fuerza de la cultura pop eran relativamente pocos. A mucha gente, más allá de algunos casos concretos que trascendían, le importaba poco y nada la minucia del consumo pop. Era, recuerdo claramente, un código compartido entre pocos.
guardians2Esos pocos fuimos creciendo, muchos siguieron apegados a esos mitos y se transformaron en productores culturales, otros fuimos mutando de trajes sin perder del todo la pasión por aquello pero tomando cierta distancia. La pirámide fue creciendo y creciendo hasta que en los últimos años casi no hay otra cosa. El fenómeno Comic-Con lo deja en claro: lo que antes era una convención de freaks (trekkies, más que nada) hoy es el centro mundial del entretenimiento. Resumiendo una historia que merecería un análisis más largo llegamos a que en 2014 la película más esperada del año sea GUARDIANES DE LA GALAXIA, un producto de Marvel (empresa que refleja ese cambio que relaté antes a la perfección, de sello editorial para geeks a amos y señores de la taquilla en la última década) de segunda línea, cuyos personajes hace poco tiempo eran desconocidos pero hoy son tratados como los rostros de los próceres en el Monte Rushmore.
El poder del consumidor geek (el fan acérrimo, el obsesivo, el enciclopedista de estos universos de fantasía) es hoy enorme y casi fascista: tienen el peso para determinar, en cierta medida, cuáles películas pueden funcionar y cuáles no. Y se construye esos productos en función de satisfacerlos, de no despertar jamás su inagotable ira. Si te parece que hay demasiados personajes y es un poco confuso el universo de GAME OF THRONES ni te molestes en quejarte: se ha conservado a todos ellos para que no se fastidien los fans de los libros. Si una novela corta como EL HOBBIT se transforma en tres películas es para que entre hasta lo que Tolkien escribía en sus cheques bancarios y es mejor que no digas nada. No hay queja posible. Hollywood tiene una larga historia en destrozar este tipo de preciados bienes culturales (no hay que ir más allá de BATMAN Y ROBIN) y el temor de volver a ese pasado oprobioso nos hace entregarnos de pies y manos a los custodios de la santidad de la minucia pop, a los “Lords of the Geeks“.
guardians4¿Pero qué pasa cuando un espectador con cierto agotamiento del subgénero y una paciencia y tolerancia un tanto menor a la de ellos debe enfrentarse a un producto como GUARDIANES DE LA GALAXIA? ¿Cómo hace para valorar el sacrosanto esfuerzo de consagrar a iconos menores de la galaxia Marvel y a la vez no terminar agotado y rascándose la cabeza ante el producto en sí, o al menos parte de él? ¿Cómo se sostiene en todo momento el interés cuando se cuida religiosamente una enredada mitología cruzada que debe respetarse a rajatabla aunque solo parecen poder entenderla unos pocos?
Pensaba en estas cosas cuando veía, de arranque nomás, el mundo de la película de James Gunn, que conecta ese fanatismo de los ’80 (Peter Quill, el protagonista, es después de todo un niño de esa época, abrochado a un “walkman”) con el dominio geek actual a la manera de un MAGO DE OZ para los fans de los escombros del pop, la historia de un chico que se escapa de una situación familiar traumática a través de una fantasía con seres intergalácticos. Veía perros parlanchines, árboles “tolkenianos”, seres con rostros verdes, azules y rojos, raros peinados no tan nuevos y una galería de personajes estrambóticos con vestuarios almodovarianos y más que pensar en STAR WARS y la Cantina de Mos Eisley se me cruzaban las imágenes más absurdas de FLASH GORDON reconvertidas por el diseñador de producción de JUEGOS DEL HAMBRE. Una ensalada completa, una opera espacial que trata de consumir todo y regurgitarlo en plan bulimia pop.
guardians5Gunn es consciente del límite con el absurdo con el que coquetea su película y tiene el buen tino de aportarle una enorme dosis de humor auto-referente e irónico, que a veces funciona y a veces no. Si la película te pierde en su larga serie de nombres de héroes, villanos, planetas, naves y objetos supuestamente peligrosos que pasan de mano en mano es de esperar que la nostalgia musical (armada para tipos de más de 40 como yo) y el humor te den un bastón del que agarrarte, aunque sea en base a chistes sobre FOOTLOSE y John Stamos. No es el recurso más sano (y es más de lo mismo en cuanto al universo referencial), pero si de algo hay que agarrarse, vale.
GUARDIANES DE LA GALAXIA –curiosamente para el género, que tiende a dedicar la segunda mitad de sus películas a encontronazos físicos tan brutales como interminables– mejora en su segunda mitad ya que el mapa de personajes decisivos se limita (nuestros cinco antihéroes y un par de villanos), ciertas emociones con las que uno se puede conectar salen a la luz, las escenas de acción no abruman al estilo TRANSFORMERS y el promedio de efectividad de las bromas empieza a subir. No es que se transforme en una obra maestra –Gunn no parece tener una gran noción de cómo editar una escena de acción de forma del todo comprensible–, pero posee suficientes imágenes potentes y situaciones tensas como para mantener nuestra atención hasta esos puntos suspensivos que son hoy los finales de cualquier película de Marvel.
guardians3Lo más rico de la película, tal vez, sea su celebración de cierta tradición trash, de Clase B, que hace que por momentos uno sienta estar viendo una versión carísima de alguna saga menor de ciencia ficción de los ’50, con su trama de western (antihéroes de distintos orígenes que se terminan uniendo pese a odiarse de entrada) y sus personajes que parecen salidos de sagas mitológicas del más puro peplum. Hay un juego en eso que es apreciable, pero que no termina de resultar del todo convincente.
Lo cierto es que más allá del placer mayor o menor que cada espectador obtenga con el producto –algo que tendrá que ver con su generación, su afinidad con el género y su enganche con el tono irónico– es dable pensar que películas como GUARDIANES DE LA GALAXIA testean hasta qué punto no hemos entrado en un callejón sin salida respecto a un subgénero específico. Si los productos de la cultura pop los siguen dictando los geeks que llenan el Hall H de la Comic-Con habrá que aceptar que uno –que es y fue fan de similares productos, pero también se reconoce un poco agotado de tanto todo el tiempo– se quedará más afuera que adentro de productos como éste y de sus incontables secuelas y universos expandidos. Aún cuando en el continuo loop del reciclado vuelvan objetos preciados de nuestros viejos tiempos como MAD MAX.