Una franquicia pensada para durar
Disney y Marvel Comics iniciaron una nueva saga con esta película, basada en un comic de fines de los ’60. El film respeta el abecé del género “aventuras espaciales”, con un tono que lo ubica en una suerte de clase B expandida por el presupuesto.
“Los guardianes de la galaxia volverán” anuncia un cartel en cuanto la nave de los héroes se pierde por el fondo de cuadro. Debe ser el anuncio cinematográfico más innecesario en mucho tiempo: es obvio que lo que lanzan Disney y Marvel Comics con esta película, basada en un comic de fines de los ’60, no es una película sino una franquicia. Una franquicia pensada para durar, que tiene lo necesario para gustar. Para gustarles, sobre todo, a los chicos de menos de doce años. Si bien no carece de citas y referencias que sólo los papis entenderán, Guardianes de la galaxia se destaca del resto de los productos Marvel por estar prioritariamente apuntada al público infantil. De hecho, más de un elemento hace recordar que no por nada Disney está detrás de todo esto. ¿Es buena Guardianes de la galaxia? Es simpática, llevadera, tiene algunos buenos chistes, algunos buenos personajes y alguna buena escena. Para los chicos está 10 puntos. Para los grandes, no tanto.
Basada más precisamente en una reescritura del comic original publicada en 2008, la película coescrita y dirigida por el británico James Gunn (realizador de la muy buena clase B de terror Slither y la sobrevalorada y bastante miserabilista Super, paráfrasis de las películas de superhéroes), Guardianes de la galaxia se abre con un prólogo sorprendentemente trágico, para pegar enseguida un salto en el tiempo, viniendo a parar al presente. Pero qué presente. Un muchacho de jeans y campera de cuero bordó bailotea despreocupadamente entre las grutas de un planeta deshabitado, oyendo un walkman y pateando a su paso pequeños monstruitos. Hasta juega con uno de ellos, especie de rata en cueros, como si fuera un micrófono. Lo del walkman tiene que ver con que el flaco era chico en los ’80, cuando falleció su madre (¡Disney!), y heredó de ella un casete casero, con el simple título de “Música buenísima”.
La escena que establece el tono y registro predominantes de Guardianes... no es la del prólogo, sino la otra. Algo así como una Star Wars en modo Indiana Jones (pero no realizada por Spielberg ni escrita por Lawrence Kasdan, sino por suplentes del banco), las referencias a los ’80 –que la banda de sonido refuerza con el peor pop y el mejor soul de la época– no son al tuntún. Guardianes... es, como sus referentes, una suerte de clase B expandida. Expandida por el presupuesto, pero por todo lo demás, bien clase B. Una historia que oscila entre la mera excusa y la reproducción perezosa de clichés del género, guión y puesta en escena funcionales y punto, diseño de producción tirando a deliberadamente berreta, actores desconocidos o casi (al menos los protagonistas; entre los secundarios debe mencionarse la aparición de Glenn Close como reina del planeta, y hay más famosos poniendo la voz que actuando).
Ningún problema con todo lo mencionado, soporte adecuado para establecer un tono tan juguetón y despreocupado como el héroe que bailotea mientras patea monstruos. Ningún problema tampoco, sino todo lo contrario, con el hecho de que los héroes (los guardianes del título) sean una banda de descastados. Peter Quill, el “muchachito”, integra una organización dedicada al robo de objetos valiosos (adecuadísimo Chris Pratt, cuyo look recuerda un poco la naiveté del gran Brendan Fraser). Se hace llamar Space Lord, pero todos se le ríen en la cara. Al joven Peter se le van sumando laderos (Guardianes... es una fábula de orígenes, como se estila últimamente). A saber, Gamora, hija de un villano (Zoe Saldanha, que pasó del azul de Avatar al verde Hulk), un urso gigantesco, un mapache parlante y guerrero (claro sustituto del Chewbacca de Star Wars) y un árbol viviente. La mejor creación en términos de diseño, de posibilidades visuales y hasta dramáticas, el árbol Groot, que lo único que sabe decir es “soy Groot”, viene a ocupar el lugar del robot R2D2.
El problema es que la película no se juega del todo por ninguno de sus elementos más interesantes. El tono (y nivel) humorístico coexiste con el más básico abecé del género “aventuras espaciales”: rey malo vs. reina buena, un valiosísimo talismán por el que todos pelean, fauna fantástica variada, armas láser, largas batallas de naves espaciales. Al mismo tiempo, la condición marginalosa de los héroes se va diluyendo a medida que la acción avanza. No sea cosa de que Disney avale el triunfo de seres de dudosa moral. La fórmula de conciliación queda dicha al final (el decir lo que se ve es uno de los vicios más molestos de Guardianes...), cuando los héroes convienen en seguir portándose “un poco bien y un poco mal”. Muy bien y muy poco mal, en realidad.