We are family
Pensaba, un poco por el propio material de base y otro tanto por la forma en que se la vendió, que Guardianes de la galaxia iba a estar en la línea de dos interesantes comedias que tomaban a la fantasía y los superhéroes por asalto como Héroes fuera de órbita y Mystery Men. Incluso, la presencia de James Gunn tras las cámaras potenciaba esta idea. Y no es que la nueva película de Marvel no se tome las cosas un poco a la chacota, pero es bien cierto que el universo de fondo que viene trabajando la compañía impide que el espíritu Clase B (presente en pequeñas dosis dentro de lo que es una gran superproducción) tome el control absoluto. Así, la película funciona mejor cuando apuesta al desparpajo y la aventura, y pierde fuerza cuando tiene que respetar ciertos códigos de esa saga gigantesca que terminan ensamblando las Thores, Capitanes América, Ironmanes y demás.
Pero por suerte, esos pasajes son los menos. Porque a Guardianes de la galaxia, y especialmente a Gunn, le interesa más el ensamblaje de sus personajes perdedores, descastados y en busca de un nexo emocional que los aleje del aislamiento en el que se encuentran. Lo que viene a reforzar esta película dentro del universo Marvel, es un aire de familia, un sentido de pertenencia, que es el que estos personajes díscolos terminan hallando un poco a su pesar, y el que película tras película se viene trabajando con los lazos que unen a todas las historias. Guardianes de la galaxia, como no ocurre con otras películas de la empresa, encuentra en su director y en sus actores una comunión ideal para desarrollar ese concepto entre marginal y naif que la película persigue para su propio beneficio: en el camino, Chris Pratt -que ya venía demostrando virtudes de gran comediante- se convierte en ídolo absoluto.
Guardianes de la galaxia funciona sobre dos pilares fundamentales. Uno de ellos es la gran decisión de apostar a la aventura, incluso descomprimiendo el conflicto central. Sí, hay un mundo que está por desaparecer y un villano villanísimo, pero es lo de menos. O es sólo funcional para que nuestros (anti)héroes se pongan en acción y actúen como conjunto. Y el otro pilar es la música: sin miedo a parecer obvio -como buen artista kitsch que suele ser-, Gunn elige una banda sonora que no sólo sirve para musicalizar algunos momentos notablemente, sino también para darle identidad al relato y un centro dramático: esas canciones son las que unen al terrestre Peter Quill con su infancia en la Tierra y con su madre. Y ese conflicto, existencial, entre su destino y su origen, entre su familia y su destierro, es el que de alguna manera atraviesa a todos los personajes.
Posiblemente a Guardianes de la galaxia le falte más inteligencia para reflexionar sobre los temas que la integran (muchas veces se dice lo que se ve) y tal vez le falte más humor y desfachatez como para que su espíritu rebelde no se quede en poco más que un gesto simpático. Sin embargo es imposible no empatizar con los protagonistas y no desear que les vaya bien cuando están en peligro, y eso ocurre básicamente porque se ha generado algo del otro lado de la pantalla que impacta plenamente en el espectador. Potenciando este carácter episódico y aventurero (aventurero en un sentido Spielberg de la vida) en la vieja escuela, Guardianes de la galaxia funciona dentro del universo Marvel como un agradable y despreocupado recreo por los márgenes. Indudablemente Quill y los suyos ya son unos de los nuestros. Y viceversa.