Mamarracho espacial
El universo de Marvel se expande. Se expande cada vez más y amenaza con apoderarse de todo el cine industrial, generando tantos adeptos como espectadores que comienzan a preguntarse para que seguir yendo al cine. No todos los films de Marvel son iguales, pero desde que empezaron a combinarlos, sin duda su calidad individual fue volviéndose cada vez menor. Guardianes de la galaxia se suma a esa larga lista y presenta personajes hasta ahora no conocidos por la mayoría de los espectadores de cine. El personaje principal es Peter Quill, un piloto americano que queda en el centro de una disputa espacial por un objeto capaz de destruir mundos completos. Sería una pérdida de tiempo y espacio contar la historia, pero sí, como el título lo indica, Quill termina unido a cuatro personajes más, todos muy diferentes entre sí, provenientes de diferentes mundos, que conformar un singular equipo para rescatar a la galaxia. Cinco personajes que abrevan sin pudor alguno en cuanto film de ciencia ficción anterior existe y que repiten con absoluta impunidad todos los clichés que puedan entrar en una película de dos horas. Aunque se supone que el tono general es de comedia cínica, no hay más que un par de buenos chistes y sí, mucha burla a todas las cosas buenas que el cine de ciencia ficción y aventuras ha construido a lo largo de los años. Pero esa burla que intenta colocarse por encima del resto de los films de manera sobradora, coloca al film por debajo, muy por debajo de los films que lo inspiran a dicha burla. Lo más grave es que luego abandona su cinismo para pones traumas lamentables y berretas, dignos de un telefilm de esos que apenas se pueden tolerar vistos de reojo. Una mamá con cáncer que entrega una cartita con un regalo, un mapache patético a cuyas angustias existenciales solo se puede responder con una risa por lo ridículas que resultan, y así todo. Parecía un mal film que se revelaba contra el género, pero resulta ser el más mediocre exponente de las malas cosas que puede hacer un film industrial. Vergüenza ajena, aburrimiento, algo de enojo, respuestas naturales de un espectador atento a esta forma diluida de cine. Pero claro, quienes no quieran aceptar que el rey está desnudo y quieran vivir esto como una fiesta, podrán hacer la vista gorda y decir que se conforman con tan poco como esto. Una pena, sinceramente, esto ya no es cine, es la caricatura de lo que alguna vez fue cine.