Es difícil cuando la vara queda muy alta en términos de calidad. Los responsables de “Guardianes de Oz” vienen de hacer una maravilla llamada “El libro de la vida”, estrenada el año pasado. Jorge R. Gutiérrez y Douglas Langdale escribieron este guión para Anima Estudios bajo una idea que parece más justificada en su pretensión de originalidad que en un verdadero momento de inspiración.
Esta suerte de “spin off” de “El mago de Oz” tiene como personaje principal a Ozzie (voz de Héctor Emmanuel Gómez Gil), un joven mono volador que obedece los mandatos (paternos y de raza) haciendo lío y aliándose con la bruja Evelin (voz de Susana Zabaleta) para tratar de recuperar sus poderes y gobernar el reino. Para ello ha de recuperar su escoba mágica custodiada por los tres personajes que antes habían recorrido el camino amarillo junto a Dorothy: León (voz de Sebastián Llapur), el Hombre de Hojalata (voz de Bruno Coronel) y el Espantapájaros (voz de Yamil Atala).
Robada la escoba, la bruja sufre otro escollo: Ozzie se revela a la obediencia debida y huye con el objeto preciado en busca de hacer las cosas bien. Encuentra en Gabby (voz de Loreto Peralta), una aliada aprendiz de bruja que a su vez se mandó la macana de haber petrificado a Glinda (voz de Liliana Barba Meinecke), la bruja del cuento original y único capaz de solucionar todo en un pase de magia.
La mayor dificultad que atraviesa “Guardianes de Oz” es la de cargar con el peso específico de un clásico, pese a agregar personajes nuevos y respetar bastante lo escrito en 1900. Dentro del universo de Oz, el monito Ozzie se ve como un personaje menor, simpático pero lejos de poder cargar sobre sus espaldas la historia. Los lineamientos generales de los personajes están discretamente construidos con el agregado de diálogos en los cuales se baja línea directa para transmitir el mensaje. Hay circunstancias del guión que se resuelven en forma caprichosa y poco justificada. Esto de que el malo es malo y los buenos deben hacer el bien porque “así son las cosas” puede funcionar sólo en el público más pequeño, siempre y cuando se aguanten los casi 85 minutos de duración.
En cuanto a la realización, la película sufre de falta de timing en la compaginación, un doblaje que se escapa del neutro hacia lo muy mexicano y un diseño de personajes algo artificial. Todo parece un video juego de los ‘90 incluyendo la poco orgánica movilidad, escenarios simplones y acciones tan lentas como predecibles. En esto último la mente del espectador cierra los movimientos antes de que estos ocurran con lo cual todo se hace un poco tedioso.
Poco para rescatar.