Guasón

Crítica de Ayelén Turzi - Ayi Turzi

Joker estrenó hace casi una semana. Hasta la gente que va al cine cada muerte de obispo hizo algún tipo de reseña, opinión o comentario en redes sociales. Así que, en plena conciencia de la saturación de reflexiones sobre la película que tienen todos los usuarios de internet, hago la reseña igual. ¿Por qué? Porque vivimos en una sociedad.

Elijo arrancar con un chiste malo porque parte de la composición del personaje propuesto por Phillips e interpretado con una precisión asombrosa por Phoenix tiene que ver con eso. Arthur Fleck es un personaje gris y mediocre, a quien convencieron que había nacido para hacer reír y persigue ese objetivo casi enceguecido. Ahora bien, si estuviésemos hablando de un ser de luz, perseverante, lleno de bondad, que quiere cumplir sus sueños, Joker sería una película tontona más. Lo interesante es que justamente se planta en la vereda de enfrente. Arthur no es un ser del bien. Es una criatura oscura, deformada por la sociedad y por sus propios trastornos mentales. Es interesante detenerse sobre este punto. Joker no plantea al enfermo psiquiátrico como un monstruo per sé. Lo dibuja como alguien con una condición que puede mejorar con contención y ayuda, pero que cae en su propio pozo oscuro por encontrarse solo y desamparado. Arthur comienza su periplo con una asistente médica y estando (quizás muy) medicado. Un ajuste estatal desmantela el sistema que podía ayudarlo y, sumado a otros hechos fortuitos, el personaje no solo se sume en la locura, sino que arrastra a muchísimos más con él.

El hundimiento del personaje en su propia locura está dado por una serie de hechos y revelaciones que sentimos espesas, pero en realidad están perfectamente equilibradas. Si alguno de los problemas eran más grandes o alguna de sus obsesiones más profundas, la película se pasaba para la parodia o para el melodrama. Y no lo hace: sabe explotar aquello que es doloroso, oscuro o dramático al límite, pero sin pasar nunca sus propias fronteras.

Muchos se sorprenden de la capacidad de Todd Phillips de construir un mundo tan angustiante, lo suficientemente pequeño como para albergar los vaivenes emocionales de su protagonista pero a la vez tan amplio como para permitir que nos sumerjamos en él y salgamos llenos de angustia. La sorpresa pasa por el historial de comedias que comprende su filmografía. Y acá es donde radica una de las tantas lecciones que nos da la película: los prejuicios en el orto :)

Lo mismo que noté en esta suerte de ola de críticas es la catalogación como “obra maestra”. Pocas veces gran parte del público está de acuerdo en un concepto tan preciso. Y creo que lo hacen porque, efectivamente, Joker tiene una potencia que la posiciona como tal. No solo la narración de la caída del antihéroe (o de su nuevo inicio) es fuerte y profunda, también lo son todos los elementos de la puesta (¡esas paletas de colores por favor!) y el mensaje que deja. Porque muchas veces (y repito algo que digo demasiado seguido) vemos una película de alto impacto visual, pero salimos de la sala pensando en qué vamos a comer. Con la obra de Phillips uno deja la sala perturbado, desolado, pensando en lo solo que está y en lo loco que puede volverse. Leí, en este alud de apreciaciones, que el error más grande de Joker es generar empatía con un personaje que nunca se pretendió empático con nadie. Desconozco en profundidad las intenciones del personaje original, pero creo que la versión fílmica no apunta a que uno se identifique con él: hace una translación de identidad un poco más compleja y profunda, donde uno termina reconociendo en él falencias propias, pero no queriendo ser cómo él, sino temiendo seguir su camino. No se empatiza en todo caso, desde el querer ser: la identificación pasa por el temer ser, Y por esta vuelta de tuerca en la intención es que se convierte en una película necesaria, te gusten o no los cómics, conozcas o no a los personajes.

Si: obra maestra. Obra maestra popular, sin caer en simbolismos o referencias para público snob o especializado. Por más Jokers para el pueblo y menos pavadas pseudo lyncheanas.