El hombre que ríe
En 2019 se cumplen 70 años de Batman - creado por Bob Kane y Bill Finger - y 30 desde la epónima película de Tim Burton. Desde la aparición del primer tráiler de Guasón (Joker, 2019) que circula por las redes el chiste: para crear a Joker en 1989, arrójenlo a un tanque de ácido; para crearlo en 2019, arrójenlo a la sociedad. Es una buena síntesis de la premisa del film de Todd Phillips, que propone una versión realista de los orígenes del súper villano y su descenso a la locura, aunque no del todo exacta.
Para empezar, la historia se enraíza firmemente a comienzos de los 80s, en una Gótica que no disimula su parentesco con la New York de la época: mugrienta, descuidada, deprimente y colmada de indigencia e inseguridad. Gótica abandona la desvanecida gloria del art deco a cambio de algo igualmente anticuado pero más burdo y sórdido. No es sólo estética: el descontento social es palpable y se protestan las políticas laissez-faire del libre mercado republicano. Hasta el oligarca principal de Gótica, Thomas Wayne, tiene un dejo reaganesco.
El contexto se define vívidamente, evocando un momento y un lugar precisos que no son el presente ni podrían ser otra cosa. Pero por más discurso sociopolítico que baraje la película, su protagonista es flamantemente apolítico. No cree en nada y no representa nada, salvo una sensación básica de insatisfacción, lo cual es suficiente para inspirar un movimiento en el cual sus integrantes se proyectan a sí mismos. Es verdad en todo nivel posible: Joker es tan sólo un payaso.
Rebautizado Arthur Fleck, es interpretado por Joaquin Phoenix con una corporalidad magistral. En principio es un comediante fracasado, un payaso de alquiler que vive con su anciana madre (Frances Conroy) y se nutre de delirios de grandeza en los que es gracioso y por lo tanto querido. Quebrado, amanerado, poseído por un tic desternillante y lentamente perdiendo una mediocre batalla por encajar en sociedad, su Joker es un ser lamentable; tanto más patético porque su única posibilidad de catarsis termina siendo la violencia.
Sus fantasías a menudo lo tienen de invitado en el show del capocómico Murray Franklin (Robert De Niro), lo cual suscita la obvia comparación con El rey de la comedia (The King of Comedy, 1983). La otra referencia clave es Taxi Driver (1976). Guasón amalgama los seminales films de Martin Scorsese, presentando un antihéroe desechado y desestimado por el más bajo nivel del inframundo en el que vive miserablemente. Su único consuelo es la fantasía y la violencia, a menudo confundiéndolas.
La película se arma de referentes excelentes y rinde un muy buen estudio de personaje, aunque en su búsqueda por validarse a sí misma se parece un poco a su protagonista, que termina obsesionado con la vieja realeza representada por los Waynes (lo cual rinde una escena entre tierna y espeluznante con su futuro némesis). Guasón es de lo mejor que han aportado los cómics al cine en años, pero lo que eleva el material es la impecable actuación de Phoenix, que supera los detalles menos verosímiles o convincentes del guión y crea algo único y distinguible de las otras versiones que ha tenido el personaje. Su recorrido es tan tortuoso como plausible.
Se ha inventado una suerte de controversia banal entorno a la película con la que se la quiere promocionar. No es más osada o sugestiva que un montón de películas “controversiales” que en otros tiempos ni conseguían calificación para ser exhibidas. Guasón es tan controversial como se lo puede permitir el cine comercial: es decir, incluye algo de humor negro y a veces roza el mal gusto. Nada que Joker no haría.