La risa puede ser contagiosa o perturbadora, nerviosa o catártica, alegre o irritante, amable o incómoda. Y todo eso se siente (a veces al mismo tiempo) cuando el Guasón de Joaquin Phoenix lanza a cámara cada una de las decenas de carcajadas que muchas veces se terminan confundiendo con llantos, angustia, resentimiento y desesperación.
Esas respuestas tan disímiles, incluso opuestas, son las que genera también la película en su conjunto, que algunos creen (creemos) es poco menos que una obra maestra y que muchos críticos, como por ejemplo alguien que respeto como Stephanie Zacharek destruyó en Time con los términos más indignados que se recuerden. Así de profunda es la grieta cinéfila que, seguramente, se potenciará todavía más cuando el film se estrene en todo el mundo y los amantes de las películas de cómics se sientan directamente estafados.
Podrá gustar mucho, poco o nada, pero lo primero que hay que decir sobre Guasón es que es una auténtica anomalía en el Hollywood actual. No solo porque no tiene nada que ver con la producción previa de DC sino porque subvierte todas las fórmulas, los cánones, los dictados y los lugares comunes del cine contemporáneo a gran escala. Es un film sobre el surgimiento de un villano psicópata que -a nivel narrativo, interpretativo y visual- le escapa a la estructura, el ritmo, el tono, la acción, el perfil psicológico y la búsqueda de empatía e identificación a la que apunta hoy el 99,9% de la producción mainstream. No hay aquí vértigo ni demagogia, sino deformidad y provocación. Mucho se ha escrito ya sobre las vinculaciones entre este film de Todd Phillips y el primer Martin Scorsese (sobre todo Taxi Driver y muy en especial El rey de la comedia), pero me parece que Guasón dialoga en general con la bravura, el delirio y la audacia de ese Nuevo Hollywood que reinó entre mediados de los '60 y principios de los '80.
La película arranca con una escena en la que unos muchachos le roban al Arthur Fleck disfrazado de payaso un cartel que él sostenía para ganarse unos dólares como “publicidad humana”. Nuestro antihéroe los persigue, pero -cuando se los topa en un callejón- será víctima de una feroz golpiza. Y a los golpes, en medio de un mar de mentiras, con una madre postrada, con siete medicamentos psiquiátricos distintos para contener sus trastornos mentales, vive (subsiste) este hombre que sueña con ser un cómico de stand-up y lo único que recibe son decepciones o directamente agresiones físicas. Si es cierto eso de que los mimos y payasos son los favoritos para las burlas, al de Joaquin Phoenix no le sale una bien. Ni siquiera cuando en plan Patch Adams va a un hospital infantil con enfermos terminales.
El contexto de Ciudad Gótica también es fundamental para entender el agobio social y los desequilibrios mentales. Una urbe roñosa, degradada, plagada de ratas gigantes, con paredes y vidrios grafiteados, llena de vecinos descontentos, dominada por profundas y crecientes diferencias de clase. En ese marco, Arthur y su risa incontinente e inoportuna (lleva incluso una tarjeta para explicar que sufre de un desorden de comportamiento que no puede controlar) se irá desinhibiendo y liberando de las represiones internas para transformarse de ese tipo contenido que se dedicaba a lavar y alimentar a su madre Penny (Frances Conroy) a un vengador desatado que encuentra una inesperada legión de seguidores.
No importa aquí demasiado la mitología de DC ni la tradición del cómic (aunque la ligazón con el Thomas Wayne y su hijo Bruce sí está trabajada) porque lo que en verdad le interesa al director de ¿Qué pasó ayer? (aquí también coguionista) es ahondar en los condicionamientos sociales (un Estado que abandona toda asistencia a los más desfavorecidos por recortes presupuestarios), exponer el creciente odio al “raro” o distinto; y lo fácil que es hacerse de un arma y embarcarse en un raid de ojo por ojo. Cualquier analogía o paralelismo con la realidad no es pura coincidencia...
Si bien el film propone una actuación larger than life de Joaquin Phoenix (con rienda suelta para bailar como en un musical o clavar unas tijeras como en un giallo), lo cierto es que Guasón es mucho más que un ego trip de un actor mayúsculo. La forma en que Phillips filma los sueños proyectados y alucinados del protagonista (como la relación con la vecina Sophie que interpreta Zazie Beetz) o la participación de Robert De Niro como el popular conductor de un talk show televisivo Murray Franklin (en un juego de espejos opuestos con su Rupert Pupkin y el Jerry Langford de Jerry Lewis en El rey de la comedia) van construyendo un relato fascinante y portentoso en su dimensión y alcances psicológicos.
¿Que por momentos la crítica al “sistema” resulta un poco subrayada? Puede ser, pero Phillips trabaja siempre la denuncia con acidez y apelando a elementos puramente cinematográficos: lo visual siempre está por delante de la bajada de línea. Además, la fotografía de Lawrence Sher, la música original de la islandesa Hildur Guðnadóttir y la extraordinaria selección musical también ayudan a construir climas que fascinan e impactan, pero sin los estímulos efímeros de tanta producción mainstream sino con las desgarradoras desventuras de un personaje que nos hace pasar por todos los estados de ánimo imaginables: un ser detestable pero en algunos pasajes querible, un hombre patético pero con ciertos sesgos entrañables, una víctima que se convierte en victimario. El que ríe último...