Sí, es el Guasón. Y sí, aparecen referencias -escasas y hasta elegantes- a Batman. Pero esta no es una película de cómics y superhéroes; tampoco de supervillanos. El director Todd Phillips hizo una "película de cine": quizá suene raro, pero este emprendimiento truculento, grotesco, vital y mortuorio está hecho con cine, con dolor y gloria y con pasión y deseo verdaderos. O, mejor aún, mentidos con el arte del cine, cada vez más olvidado en una industria llena de modos nerds, corporativos y, sobre todo, de cobardías extremas escondidas detrás de lanzamientos en modo agresivo y militar.
Guasón ofrece, prima facie, las texturas más evidentes de Taxi Driver y El rey de la comedia, de Martin Scorsese, pero hay mucho más: luz alejada de cualquier laqueado brillante, fobia al minimalismo melifluo y perezoso, narrativa briosa pero segura de que no necesita fingir velocidad, energía podrida y modos cortantes, violentos, ásperos y contundentes; algunas de las claves de los setenta, la mejor década del cine estadounidense.
Cada golpe, cada choque, cada tiro, cada mueca es aquí lacerante y conmovedora porque Guasón, con su parafernalia discursiva obviamente obvia -un decorado más-, va más allá de lo que se lee en su hipnótica superficie: el director de ¿Qué pasó ayer?, Old School y más comedias había ya demostrado que era un realizador osado y valioso con esas películas. No hay un nuevo gran director con Guasón, ya lo había. ¿Qué pasó ayer? sorprendía, descolocaba, el humor estaba salpicado de formas extrañas, desplazado, no surgía en los momentos tradicionales, los que uno espera según la construcción más clásica de los gags, o según el armado de las secuencias de crescendo cómico.
Era un humor agazapado, un humor monkiano (por Thelonious Monk), un humor que atacaba de formas imprevistas. Todo eso puede aplicarse a Guasón, en la que el humor es tan extraño como en ¿Qué pasó ayer? pero está, además, en modo de guerra, porque estamos ante un director que no renuncia al humor.
Guasón está cargada de chistes que a veces no hacen reír porque hace reír el chiste de al lado, o porque la negritud del ambiente está trabajando para otros temblores asociados, o para que entendamos que las risotadas del Guasón son la última protesta ante un mundo que le pide explicaciones al cine cada vez que intenta ser cine, un mundo que está por matar a la comedia de tanto reprimirla. Y la comedia reprimida, claro, suele terminar en tragedia. Y a veces, como es el caso, en comedias trágicas inolvidables y hechas con sangre, inteligencia y convicciones.