Guasón

Crítica de Julián D'Angelillo - Metacultura

Ese chiste ya no da gracia

El Guasón (Joker) como personaje es uno de esos casos particulares en los que un villano de cómic logra convertirse en un icono pop y en una figura tan importante como el héroe protagonista. La relación simbiótica entre Batman y su némesis más íntimo probablemente sea el conflicto más interesante del mundo de las historietas y las novelas gráficas, siendo The Killing Joke (1988) el análisis más crudo y maduro de este vínculo al retratar a los dos personajes como diferentes caras de la misma moneda, poniendo en igualdad de condiciones sus desvaríos mentales. Cinematográficamente, las versiones encarnadas por Jack Nicholson en Batman (1989) y Heath Ledger en The Dark Knight (2008) son distintas pero igualmente emblemáticas: el primero realizando un acercamiento más caricaturesco pero con todo el humor ácido de un artista homicida; y el segundo con un enfoque algo más realista, brindando la interpretación consagratoria de un anarquista sociópata con cicatrices faciales de dudoso origen que observa la moral y la civilidad de los ciudadanos de Gotham como un mal chiste. No hace falta desarrollar demasiado sobre la penosa decisión actoral tomada por Jared Leto de convertir al personaje en un pseudo trapero con aires proxenetas en la olvidable y frívola Suicide Squad (2016). Que Joaquin Phoenix haya sido el elegido para darle nueva vida al Guasón no necesariamente es algo sorpresivo, ya que su trabajo como un sicario sufriendo estrés postraumático en You Were Never Really Here (2017) tiene varios elementos en común con la psiquis malograda del, ahora, antihéroe de DC.

El metraje se centra en la densa vida de Arthur Fleck, un desclasado que sufre abusos y, literalmente, palizas en su día a día dentro de una Gotham en plena decadencia generada por una brecha gigantesca entre los estratos sociales altos y los bajos, el marcado interés de la clase política dominante expresado por Thomas Wayne, fuertes recortes en los servicios de asistencia social y, como si todo esto fuera poco, una invasión de ratas gigantes como resultado de una huelga llevada a cabo por los recolectores de basura de la ciudad. Si todo esto suena muy familiar a nuestros tiempos es porque la película está impregnada de un realismo (que iba a calificar como turbio, pero creo que sería redundante) extremo, llegando a niveles que la trilogía del Caballero de la Noche, ejecutada con gusto por Christopher Nolan, nunca pudo alcanzar. Fleck está en una lucha encarnizada contra lo cotidiano, contra la forma enfermiza de relación que establecen los ciudadanos de Gotham con ellos mismos y con el contexto que los rodea, además de padecer una condición psicofísica que le provoca carcajadas incontrolables como respuesta a las sensaciones de angustia producto de una existencia de por sí tóxica. Su vida transcurre entre trabajos inestables y desgastantes, la toma de siete medicaciones psiquiátricas por día, su sueño de ser comediante y participar en el programa de su ídolo Murray Franklin (Robert De Niro), y el cuidado de su vulnerable madre en una relación con reminiscencias al vínculo entre el Padre Karras y su progenitora en El Exorcista (The Exorcist, 1973). El personaje se transforma entonces en una bomba de tiempo repleta de una ira narcisista aguardando a ser expulsada y, cuando finalmente ocurre, los arrebatos de violencia son impactantes, no tanto por un elemento gore sino por la tridimensionalidad y la empatía incompleta, característica de un verdadero antihéroe, que Fleck provoca durante la historia.

Durante las dos horas del largometraje, somos privilegiados testigos de un tour de force actoral por parte de Phoenix, impregnando a Fleck de una cantidad de tics nerviosos que van desde lo extremadamente detallista hasta la más pura parafernalia carnavalesca digna del villano clásico que todos conocemos. La manera en la que Phoenix trasmite el dolor mental y hasta físico que Arthur Fleck soporta debido a su incontrolable risa patológica, que llega hasta provocarle arcadas y ahogos, es la marca de calidad de uno de los mejores intérpretes de su generación. La comparación con Ledger es completamente absurda e innecesaria, ya que los dos retratos son diferentes entre sí pero también icónicos y elevan la vara al máximo para futuras reencarnaciones actorales (si es que alguien se anima a buscarle otra vuelta de tuerca al personaje después de esto). Gotham es la Nueva York decadente construida por Scorsese a finales de los 70, y la influencia de Taxi Driver (1977) y El Rey de la Comedia (The King of Comedy, 1982) es notoria al grado de la obviedad. La razón de estos escasamente sutiles “homenajes” se debe a la presencia de Todd Phillips como director, y es que no se puede esperar demasiada sutileza del responsable de películas como la trilogía de ¿Qué Pasó Ayer? (The Hangover, 2009) o Viaje Censurado (Road Trip, 2000). Sin embargo, puede que algo de la intensidad de Guasón (Joker, 2019) sea producto del cinismo y la antipatía impune de los trabajos pasados de un director que, para ser justos, aquí realiza un cambio de registro sorprendente teniendo en cuenta su trasfondo cinematográfico. Hasta determinada escena cruenta dentro del hogar del protagonista hace recordar en esencia a Henry: Retrato de un Asesino (Henry: Portrait of a Serial Killer, 1986) por su sadismo y realismo. Pero es indudable que el punto débil de Guasón probablemente sea la forma por demás evidente del director al momento de explicitar sus influencias.

La película ha logrado levantar una serie de cuestionamientos moralistas acerca de las acciones extremas realizadas por Arthur Fleck y en relación al uso de armas en su país de origen, lo cual significa que otra vez comenzó a dar vueltas la idea de que un producto artístico puede incitar a la violencia social, sea individual y/ o colectiva. La respuesta es tan simple y vieja como el cuestionamiento mismo: el cine, la música, la pintura y demás expresiones solo se encargan de reflejar el contexto vivido por los artistas en determinado tiempo. Si un disco, una obra o una película en particular influye a personas a realizar actos de violencia desorganizada e individual contra pares deberíamos someter al análisis nuestra forma de relacionarnos con el arte y con nosotros mismos holísticamente hablando. Guasón es una película “políticamente incorrecta” porque se pone en la óptica de un marginal inadaptado que es pasado por encima en el día a día y por la ausencia de un Estado con conciencia social que pueda brindar oportunidades equitativas y sentido de pertenencia. Habría que preguntarse por qué algunas personas consideran incorrecta una historia sobre cómo un individuo decide levantarse contra la hipocresía opulenta de todo un sistema de medios de comunicación y relaciones sociales. Esas personas deberían quedarse tranquilas, es imposible que Guasón inicie un movimiento sociopolítico de clase; aunque tal vez sí logre lavarle la cara al cine acartonado de superhéroes en favor de relatos algo más humanos, realistas y punzantes. Después de todo, así es la vida.