Guasón

Crítica de Maia Debowicz - La Agenda

El que ríe último

Con sabia intuición del director Todd Phillips, Joaquin Phoenix compone al mejor Guasón en una soga invisible que une a la comedia con el terror.

El futuro Joker, acá llamado Guasón, se presenta frente a un espejo. Arthur, interpretado por un Joaquin Phoenix con el cuerpo consumido, le sonríe a su reflejo de payaso. Como ese espejo no le devuelve la felicidad que ambiciona agranda su sonrisa ayudado por sus dedos. Estirando la mueca, forzando la alegría. ¿Cuánta cantidad de labial rojo necesita para ocultar la tristeza que carga sobre su espalda huesuda? Arthur es un pobre hombre con trastornos mentales, bajo tratamiento psiquiátrico, que día a día tolera situaciones de violencia e injusticia mientras cuida a su madre enferma. En El hombre que ríe, la película dirigida por Paul Leni en 1928 que inspiró a Jerry Robinson a crear la sonrisa del Joker en los años 40, el Rey Jacobo II se venga de su enemigo Lord Clanderlie deformándole el rostro a su hijo con una sonrisa escalofriante. Conrad Veidt se sentaba por horas todas las mañanas para que la estrella del maquillaje Jack Pierce le aplicara el set de dentaduras postizas con ganchos metálicos que trababa en las esquinas de su boca, convirtiéndolo en el fenómeno de circo Gwynplaine. La fealdad era el castigo. Sin embargo, Jack Pierce solo podía ver en ese rostro demasiado expresivo la belleza del monstruo. Aquella que lo vuelve diferente a los demás, y por ende fascinante. “Eres un payaso afortunado, no tienes que desmaquillarte tu risa”, le dice un compañero a Gwynplaine al terminar la función. Ese colega que admira la singular característica de Gwynplaine podría ser Arthur, quien se obliga a sonreír pese a su vida miserable. El castigo del Rey Jacobo II en realidad no era la fealdad sino estar obligado a sonreír, sin importar que por dentro este muriendo de pena. Arthur comparte la misma tragedia: debido a su fragilidad mental no puede controlar la risa.

En las situaciones más impensadas una avasallante carcajada lo ataca, del mismo modo que el demonio posee a Linda Blair en El exorcista. Arthur se ríe hasta ahogarse en su desmedida carcajada, como si el llanto no fuera una posibilidad para liberar la angustia que lo oprime. Cuando la gente se siente ofendida por su risa, él saca una tarjeta de un bolsillo que explica su trastorno mental. La risa como respuesta al drama cotidiano, la receta para sobrevivir en una sociedad hostil con la que Todd Phillips cocinó cada una de sus comedias desde su primera ficción que abrió el nuevo milenio hasta la anterior película a Guasón, Amigos de armas (2016). Pero fueron mucho más que dieciséis años: el debut cinematográfico de Phillips sucedió en 1993 con el documental Hated: GG Allin & the Murder Junkies. Un acercamiento al excéntrico músico punk GG Alvin, entre performances extremas y enfrentamientos con la policía. “Mi mente es una ametralladora, mi cuerpo son las balas y el público es el objetivo”, decía GG Allin. Hay en ese hombre border, que cagaba en el escenario y se comía su propia mierda, la materia prima de los personajes inadaptados de Phillips. Desde el Tom Green que se metía un hamster en la boca en Viaje censurado hasta el Zack Galifianakis de ¿Qué pasó ayer? Parte III, que estrellaba una jirafa contra un puente, luego de robársela de un zoológico. El Guasón de Joaquin Phoenix tiene mucho de todas las criaturas de Phillips que viven jugando con el límite e infringiendo la ley. Pero este personaje que cambió la caminata en ralenti del pasillo del aeropuerto por un baile estilizado y psicótico sobre unas escaleras al ritmo de “That´s Life” no solo es una víctima, también es un victimario. El primer gran villano de Phillips, y el Guasón más imponente del cine que hemos conocido.

Tinta verde al por mayor

Desde los años 60, el Guasón se presentó en el cine y la TV de diversas formas: Cesar Romero abandonó su rol de galán para usar trajes color púrpura con una pisada elegante en la serie Batman y Robin; Jack Nicholson dejó grabada su huella como el archi enemigo del murciélago con aquella secuencia cómica donde irrumpía en el Museo de Arte interviniendo las obras de Rembrandt con latas de aerosol y pintura vinílica; Mark Hamill le dio color a la risa del desquiciado villano en la serie animada de los 90; Heath Ledger se despidió del mundo de los mortales con un Guasón de maquillaje corrido que volaba un enorme hospital vestido de enfermera; Jared Leto se pintó ojeras, tatuajes y cambió la clásica sonrisa roja de payaso por unos dientes metálicos. El Guasón de Joaquin Phoenix no tiene el estilo de ninguno de ellos, pareciera una fusión de todos los personajes que interpretó el actor a lo largo de su carrera. Como si en el medio de su pecho hundido se hubieran anudado cada una de sus criaturas desequilibradas, desde el Jimmy Emmett de Todo por un sueño (Gus Van Sant, 1995) hasta el Larry “Doc” Sportello de Vicio propio (Paul Thomas Anderson, 2014). Pero hay un mayor protagonismo fantasmal de una de las interpretaciones más desquiciadas y profundas de Phoenix: el Freddie Quell que en The Master (Paul Thomas Anderson, 2012) esculpía en una playa, vestido de marinero, una mujer con arena mojada que luego fornicaba delante de sus compañeros. Un joven vagabundo perturbado que estaba incapacitado de calmar sus impulsos y falta de moral, entregado a sus constantes explosiones violentas sin importar el momento y el lugar. “Sonrían”, le dice a unos niños en un centro comercial antes de sacarles una foto. La obsesión por sonreír del Guasón que interpretaría siete años después ya se colaba en esa película que también ganó premios en el Festival de Venecia. Entre otros, el de Phoenix como mejor actor. Arthur recoge parte de su locura y la mezcla con la melancolía del personaje que interpretó en Los amantes (2008). El director James Gray fue quien supo encontrar y sacar a relucir toda la oscuridad que guardan las heridas del actor, aquellas que se condensan en la cicatriz que asoma con soberbia en su labio superior. Pero si en Los dueños de la noche (2007), su personaje Bobby Green elegía, tras el asesinato de su padre, abandonar la cocaína y el reviente para buscar justicia en un uniforme de policía, en Guasón, Arthur se para en la vereda de enfrente de la ley, como si fuera una extensión del camino que podría haber tomado Bobby Green antes de continuar el legado de su padre, que aborreció durante toda su vida. La fuerza trágica de los personajes que interpretó en el cine de Gray se hace presente en la película de Todd Phillips. Una mezcla de la tristeza agobiante de Leonard Kraditor (el hombre depresivo y mamero de Los amantes) fusionada con la maldad de Willie Gutierrez en La traición (2000).

El Guasón de Joaquin Phoenix nace de un payaso que se asemeja más a la locura indescriptible de las criaturas de los Hermanos Chiodo en Payasos asesinos del espacio exterior que al susto atractivo pornográfico que puede provocar It de Andy Muschietti. Es esa soga invisible que une a la comedia con el terror, el amor por el artificio que comparten los directores de ambos mundos, sea por el tono o puesta en escena. Cuando Jerry Robinson creó a sus 17 años al Joker, se puso como desafío que el personaje tenga una presencia extraña y memorable, que dejara una impresión imborrable en los lectores de cómics como consiguió el Jorobado de Notre Dame. Ese logro que alcanzó Robinson, Phillips lo traslada al cine eligiendo a Phoenix, porque sabe que solo él podía darle ese peso físico, capaz de narrar una vida completa de penas marcando su columna vertebral al ajustar los cordones de los enormes zapatos de payaso, o desnudando la amargura que lo aflige cada mañana al esconderse en el interior de una heladera. La transformación del personaje sucede a partir del primer asesinato, una larga secuencia en el subte donde, vestido de payaso, le dispara a tres hombres de Wall Street que se burlaron de él tras quitarle la máscara. Como en el comienzo de la película, Arthur se descubre en el espejo, esta vez bajo una nueva mirada. La fotografía de la película juega con luces intermitentes, tubos de luz fría que se prenden y apagan por hacer falso contacto. Unos tubos que pueden explotar en cualquier momento como la rabia contenida de Arthur tras ser pisoteado por todas las personas que lo rodean. “Hasta hace poco nadie me veía, ni sabía que yo existía”, dice Arthur luego de debutar como asesino en el último encuentro con una terapeuta del servicio social. Su actitud no es la misma, y seguirá cambiando aún más a partir de que el Estado ya no le provea sus siete medicamentos psiquiátricos. Una crítica política que se imprime sobre el plástico de cada una de las máscaras de payaso que se ponen los ciudadanos de Ciudad Gótica cuando salen a las calles a sembrar el caos, protestando contra los dichos del candidato a alcalde Thomas Wayne.

La magia de saber contar un chiste

“En la agridulce comedia de la vida, se ha dicho sabiamente que quien ríe último, ríe mejor”, exclaman los intertítulos de la película muda de 1924 El hombre que recibe las bofetadas, donde Lon Chaney, dirigido por Victor Sjöström, interpreta a una víctima que se convierte en payaso de circo. El Guasón de Phoenix tiene muchas similitudes con el personaje Paul Beaumont, quien, cuando un malvado Barón le quita todo lo que tiene, se entrega a la risa y la convierte en su medio de vida. De científico intelectual para a ser el hombre que recibe más de cien cachetadas por noche, provocando histéricas carcajadas del público, hasta que el destino le brinda la oportunidad de vengarse del señor despiadado que lo dejó sin nada. Arthur también elige su venganza, pero con un estilo más desalmado. Es, en ese sentido, un Joker semejante al escrito por Alan Moore en La broma asesina, donde el guionista, sin justificar las atrocidades del hombre de traje violeta, devela el crudo pasado que lo arrastra a la locura. La portada del cómic es el Guasón con una cámara en mano, a punto de disparar una foto, diciendo “Smile” (Sonríe). Igual a aquella escena de Joaquin Phoenix en The Master. ¿Casualidad o presagio?

Todd Phillips también le da coyuntura al villano, pero en este caso no hay un héroe como contrafigura. Bruce Wayne es demasiado niño para ponerse el traje de murciélago. Sin embargo, Phillips filma un encuentro entre ambos que es tan conmovedor como aquel que Brian Bolland dibujó en la historieta de 1988. En la película, Arthur, antes de convertirse en el Guasón, visita la casa de Bruce. Una reja lo separa del niño, a quien, para captar su atención, le muestra un truco con su varita mágica. En el cómic La broma asesina, Batman intenta ayudar al Guasón, pretende salvarlo de su propia locura y así proteger a Ciudad Gótica de su inabarcable perversidad. “Cuando te encuentres trabado en un desagradable tren del pensamiento, dirigiéndose a lugares en tu pasado donde el gritar es inaguantable, recuerda que siempre hay locura. La locura es la salida de emergencia”, le grita el Guasón al Comisionado Gordon mientras lo hace ingresar desnudo a un tren fantasma, siendo arrastrado de una cadena al cuello por un conjunto de enanos, en una de las escenas más impactantes de la historieta. En esas páginas, Batman y el Guasón discuten acerca de quién va a matar a cuál, y ese círculo vicioso de nunca acabar queda plasmado en la última página, en las gotas de lluvia circulares que atestiguan esa eterna lucha en forma de reflejo. Guasón, de Todd Phillips, juega de manera constante con el sistema de reflejos. A través de los espejos, pero también de los vidrios. Cuando una dupla de policías busca a Arthur en el hospital, donde está agonizando su madre, para interrogarlo por el asesinato del subte, las puertas automáticas de la clínica le niegan el ingreso. Como un clásico chiste de una comedia de Phillips, Arthur se estampa la cara contra el vidrio, provocando en el espectador una risa inesperada. Es la representación de hasta qué punto el personaje, Arthur o el Guasón, está excluido del mundo.

Si bien Guasón no es una comedia, los chistes de Phillips atraviesan toda la película como una ruta de caramelos. Es el camino de dulces que realizan Hansel y Gretel hasta la casa de la bruja, para que no olvidemos el origen del director que hizo correr en culo a Will Ferrell en Aquellos viejos tiempos (2003). Sus gags se hacen presentes en ese enano que necesita huir del departamento de Arthur, ya convertido en Guasón, para que no lo mate como a su compañero. Arthur le otorga el permiso para escapar, perdonándole la vida, pero cuando quiere correr la cadena del pasador descubre que no llega debido a su baja estatura. La desubicada risa de Arthur/Guasón recuerda a una de las escenas más extrañas de Todo un parto, el largometraje de Phillips estrenado en 2010. En una escena emotiva, el personaje de Robert Downey Jr. (Peter Highman) le cuenta a un Galifianakis con permanente (Ethan Tremblay) cómo lo abandonó su padre cuando era niño. Es un momento serio, contenido, donde las lágrimas asoman, hasta que una carcajada descontrolada de Ethan irrumpe en la sensible anécdota desoladora de Peter. Una secuencia alienada, tan graciosa como atroz. Es, como suelen ser todas las películas de Todd Phillips, feroz. Y Guasón no es la excepción. “La comedia es subjetiva. Ustedes deciden qué está mal y qué no, al igual que ustedes deciden qué es gracioso y qué no”, le dice el Guasón al conductor de TV Murray Franklin (Robert de Niro). En esa frase hay toda una declaración de principios del director, quien aseguró abandonar por el momento las comedias de reviente porque hoy es muy difícil escribir chistes con tanta corrección política.

Sin embargo, Guasón es, en el fondo, una comedia de reviente. Todos esos hombres con máscaras de payaso prendiendo fuego patrulleros se parecen bastante al carácter sacado del grupo de amigos que dejaba patas para arriba la ciudad de Las Vegas en una despedida de soltero. Y es que las películas de Phillips siempre hablaron de lo mismo: de personas que toman malas decisiones. Guasón es el extremo de esta idea, y justo cuando Phillips creía que no tendría problemas con la corrección política le saltaron a la yugular, acusándolo más o menos de respaldar la violencia en el mundo real. “¿Sabés que me hace reír? Yo creía que mi vida era una tragedia, pero ahora me doy cuenta de que es una comedia”, le confiesa el Guasón al conductor de TV Murray en una de las mejores y más violentas escenas de la película. Suele decirse que es mucho más complejo hacer reír a las personas que provocarle llanto. La risa es más misteriosa que las lágrimas porque no todos nos reímos de lo mismo. Kurt Voneggut dijo que reír y llorar pueden ser respuestas al agotamiento y la frustración, pero que él prefería reír simplemente porque tiene menos que limpiar después. Phillips logra que la risa ensucie más que el llanto, como el maquillaje de payaso de Arthur que parece derretirse cuando llora o transpira, o la sangre que salpica sobre su pálido rostro blanco. Existe una clave. Si el Guasón es tan aterrador es porque no anticipa sus acciones. Al igual que Todd Phillips al lanzar sus chistes.