Guasón

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LOS DILEMAS DEL CONTROL

Primero lo primero: toda la polémica alrededor de si Guasón es una apología de una violencia no solo ficticia sino también real (y los supuestos efectos que tiene en el público) es de un nivel de estupidez importante. Es un poco agotador que todavía se deba seguir aclarando que la realidad es distinta a la ficción; que el cine (y el arte en general) es un ámbito que funciona con reglas propias; y que la gente, si copia conductas de personajes cinematográficos, es porque ya tiene componentes personales previos que le permiten verse reflejados. Es retornar a la vieja discusión de la influencia de los videojuegos en los jóvenes, sin hacerse cargo de que hay una violencia inherente en muchos individuos que se alimenta y construye con múltiples componentes sociales, y que solo está buscando una excusa para salir a la luz. Y es una confirmación de que estos tiempos de corrección política extrema funcionan para muchos sujetos como pretexto para ejercitar un rol de policía ideológico largamente anhelado.

Dicho esto, Guasón es una decepción, pero solo ligera –realmente no me siento ofendido o enojado con la película- porque su visionado confirma ciertos peligros latentes que ya estaban presentes cuando se anunció el proyecto y después al conocerse los trailers. Su relato de construcción de villano, centrado en Arthur Fleck (un Joaquin Phoenix perfecto en su sobreactuación), un comediante fracasado con problemas psiquiátricos y una historia familiar decadente que va encarrillando un proceso de creciente locura y violencia, hasta transformarse en ese alter ego que es el Guasón, es una gran suma de cálculos y estructuras pre-fabricadas, con el fin preciso de generar la mayor cantidad de asociaciones e interpretaciones posibles. Eso de por sí no está mal -¿qué película no tiene componentes de planificación para buscar un público determinado?-, pero el gran problema del film de Todd Phillips es cuánto se nota ese diseño previo, a tal punto que se puede enumerar todas sus herramientas como si fuera una lista de compra para el supermercado. Ahí tenemos entonces la narración de tonalidades vinculadas al cine de Martin Scorsese, con elementos claramente reconocibles de El rey de la comedia y particularmente Taxi driver; la Ciudad Gótica con evidentes reminiscencias de la Nueva York sórdida de los setenta desde una ambientación planificada al detalle; la lectura sociopolítica sobre un tejido urbano plagado de desigualdades y a punto de estallar; el drama materno-filial, con una madre extraviada que explica desde su propio derrotero la psicología de su hijo; la figura femenina (encarnada por Zazie Beets) como un interés romántico que va precisando los estados de ánimo del protagonista –y que cumple un rol muy similar al de Cybill Sheperd en Taxi driver-; y la presencia de Robert De Niro como una especie de certificado de pertenencia a un cine ambicioso y la iconografía scorsesiana, pero también como un disparador para giros claves del guión.

El cálculo atraviesa todo el metraje de Guasón e incluye no solo vueltas de tuerca bastante manipuladoras (particularmente en los minutos finales) sino también una discursividad que se pretende disruptiva pero en verdad es tranquilizadora –la violencia íntima y social no dejan de ocurrir en unos difusos y lejanos setenta, con lo que la interpelación al presente es limitada-; y la utilización de personajes emblemáticos de DC como una herramienta algo culposa, pretendiendo atraer a un público más “culto” que de otra manera no se acercaría a un producto masivo, mientras se colocan guiños puntuales a los fanáticos de los cómics. La lucha entre anarquía y control es ganada por el segundo, y quizás eso tenga mucho que ver con Phillips, que al fin y al cabo ha desarrollado una carrera donde la dialéctica entre control y descontrol es el gran dilema a superar: Amigos de armas, Todo un parto, la trilogía de ¿Qué pasó ayer?, Aquellos viejos tiempos y Viaje censurado giran alrededor de instancias donde el orden de los personajes entra en crisis pero en las que, en mayor o menor medida, se busca un retorno culposo a la “normalidad”. Y lo cierto es que Phillips suele manipular las circunstancias para posibilitar esa vuelta a lo que se considera “normal”, y en Guasón cimenta otra normalidad, pero desde un mensaje bastante superficial, en el que no queda claro del todo su posicionamiento.

Al mismo tiempo, es la visión de Phillips la que salva a Guasón de ser un desastre al estilo Birdman. Podrá manipular situaciones y tomar decisiones improcedentes, pero nunca desprecia a los protagonistas de sus historias, algo que ratifica con su seguimiento de Arthur Fleck, al que pareciera entender como una versión oscura y trágica del Will Ferrell de Aquellos viejos tiempos, el Zach Galifianakis de Todo un parto y ¿Qué pasó ayer?, o el Tom Green de Viaje censurado. Todos seres incómodos, incomprendidos y que ocultan una gran angustia existencial. Cuando Phillips se deja llevar por la comedia que conoce y toca esas cuerdas inestables –por ejemplo, en una gran secuencia de humor horroroso alrededor de un enano-, aparece esa gran película que podría haber sido Guasón pero que no llega a concretarse más que tímidamente.