Liviana comedia sobre la pareja
Eugenia Tobal y Mariano Martínez son los protagonistas de una nueva comedia de producción local, dirigida por el debutante Yago Blanco y con un elenco que completan Maju Lozano, Gustavo Garzón y Peto Menahem.
La comedia invade al cine argentino y semejante definición tiene su inmediata justificación: en los últimos tres años se estrenaron más de 20 películas genéricas. Sofisticadas, realistas, costumbristas, minimalistas, grotescas, bizarras o románticas, parece que la comedia es el reaseguro del cine industrial, el sitio cómodo que busca espectadores a través de historias protagonizadas por actores reconocidos, si es posible, con cierto peso importante en la televisión.
Es lo que ocurre con Güelcom, opera prima de Yago Blanco con figuras emblemáticas de la tele, que apuesta a un relato romántico con pinceladas humorísticas y que toma como eje temático las idas y vueltas de una pareja que se reencuentra luego de una separación. Es decir, los ex en conflicto. Ana (Eugenia Tobal) y Leo (Mariano Martínez), ella chef y él psicólogo, coquetean toda la película con el “rematrimonio”, trama clásica por excelencia del género. Hay un par de amigos, también en pareja (Maju Lozano y Peto Menahem), el novio español de Ana (Chema Tena), un psiquiatra que seduce a las pacientes (Gustavo Garzón) y algunos personajes más que actúan como coro de la pareja protagonista. La excusa argumental es un casamiento y la última mitad de la película resolverá (o no) cuestiones afectivas, amores pendientes y futuros venturosos o problemáticos.
Típica película de guión prolijo con algunas situaciones graciosas, el enemigo principal de Güelcom es la levedad, el rasgar en la superficie del género y no jugarse más allá de sus costuras transitadas. La pareja amiga de Ana y Leo, soporte esencial en toda comedia romántica, es un claro ejemplo de construcción de guión de un par de personajes desde la escritura que terminan quedando sometidos sólo a eso. Por su parte, los monólogos de Leo hacia cámara actúan como separadores de la historia, pero resultan forzados, anticlimáticos, gratuitos en más de una ocasión. En tanto, el personaje del novio español, que también aparece en la película debido a (otra) supuesta astucia del guión, queda reducida una caricatura burda y superficial.
Dos momentos clave de Güelcom sintetizan las virtudes y los defectos de una película de vuelo extremadamente corto. Mientras la mejor escena transcurre en un almuerzo donde casualmente todos los personajes se dan cita, registrados con primeros planos televisivos, pero que no molestan demasiado, la secuencia del casamiento resulta perezosa en su resolución. Allí, Güelcom queda amordazada otra vez por el guión, que parece decir en voz alta y a las apresuradas que la película se está acercando a su final, a la degustación definitiva de una historia que se asemeja a una gelatina dietética, bien light y con pocas calorías, inofensiva y hasta temerosa a pesar de sus transparentes intenciones.