Irse o quedarse, ésa es la cuestión
Irse del país o quedarse es el eje que organiza Güelcom. Que esa disyuntiva fuera actual hace diez años, pero no ahora –curiosamente, lo mismo sucedía con Amor en tránsito, estrenada a comienzos de año–, obliga a ver esta comedia romántica como artículo vintage (como se usa decir ahora), o como rom-com (como dicen los sajones) lisa y llana. Esto es: un cierto mecanismo, basado en ciertos motivos fijos y atemporales, a los que no hay coyuntura (la de irse del país o quedarse, por ejemplo) que haga variar. Tal vez sea el mero empeño en encastrar cada pieza en un tablero preexistente el que más afecta a Güelcom. Como si el tablero y las piezas fueran el juego en sí, y no los instrumentos que sirven para jugar a algo.
Opera prima en la dirección de Yago Blanco, que cuenta con antecedentes como camarógrafo, Güelcom es lo que puede llamarse “comedia palermitana”. Mariano Martínez es Leo, un psicólogo (sí, Mariano Martínez hace de psicólogo) al que un día su pareja, Ana (Eugenia Tobal, que en el programa de TV Los Unicos también anda enredada con Martínez) le avisa que se va a probar fortuna a España, como cocinera. Leo no quiere irse, la decisión trae serias discusiones, se separan mal. Sobre todo él. Cuatro años más tarde, Ana viene de visita y poco después llega Oriol, su novio español (Chema Tena). Al mismo tiempo también vuelve por unos días una pareja amiga, a quienes el grupo de viejos compinches (que integra, entre otros, el matrimonio compuesto por Peto Menahem y Maju Lozano) les prepara una ceremonia de casamiento. Ceremonia en la que Ana y Leo tendrán participación especial, ella como cocinera y él como presentador. Eso quiere decir que aunque no quieran (¿o sí quieren?), deberán volver a verse.
El suspenso sobre si Leo y Ana van a volver a juntarse es más un “supongamos que no es obvio” que otra cosa. Pero en diez de cada diez comedias románticas es así, así que eso no puede reprochársele a ésta. Más allá de que imaginar a Mariano Martínez como psicólogo también requiere de un fuerte juego de suposición, y de que Tobal parece no poder sacarse de encima los modismos de Barrio Norte, química entre ambos hay. Hasta ahí, pero hay. Peto Menahem hace reír aunque no haga o diga nada, Maju Lozano tiene sonrisa de comedia, algún comic relief funciona (el muy colgado “rolinga” de Nicolás Condito) y algún otro, no tanto (la amiga wild card de Eugenia Guerty). Con el novio español no se entiende muy bien qué pasa (a Ana, su presencia la incomoda tanto que por un rato da la sensación de que eso de que son novios es pura mentira) y la paciente histericona (Agustina Córdova) que se quiere voltear al analista importa poco. Hay, sí, un personaje buenísimo: el terapeuta de Gustavo Garzón, un narciso mil veces más siniestro que el siniestro terapeuta que el propio Garzón había hecho unos años atrás en cine: el de El fondo del mar, de Damián Szifron.
¿Y entonces? Y, eso, que algunas piezas encajan mejor que otras, que todo está bastante agarrado con alfileres y nada demasiado desarrollado, que cuando se la ve no se siente vergüenza ajena y que lo que sí se siente, todo el tiempo, es que todos los intervinientes quisieron hacer una comedia romántica como las de afuera y lo lograron. Que eso sea un mérito o una meta en sí es otra cuestión.