Reencuentro previsible
Comedia romántica, con Mariano Martínez y Eugenia Tobal, que no termina de levantar vuelo por la debilidad de su guión.
Historia sentimental + comicidad costumbrista + prolijidad técnica + protagónicos con dos figuras de televisión. Esta ecuación, que procura arrojar como resultado un alto número de espectadores, es todo lo que propone la comedia romántica Güelcom . En principio, nada desdeñable: en todo caso, un cálculo lógico; clásico, en el sentido de gastado. Pero el guión y la construcción de personajes, muy débiles, obligan a decir que -más allá de lo que ocurra con la taquilla- el resultado de la película es mediocre.
El motor narrativo es el reencuentro, por el casamiento de unos amigos en común, de una pareja que se separó cuando ella decidió irse a España. Hablamos de Leo, un psicólogo poco creíble interpretado por Mariano Martínez, y de Ana, una mujer joven, aficionada a la cocina. Ella está en pareja con Oriol (Chema Tena), un español tan verborrágico como antipático, que nunca se sabe de dónde sale, pero que tiene un sentido de la ubicuidad extraordinario para estar, siempre, fuera de lugar.
Si el tema de la emigración, tan transitado en el cine nacional, es anacrónico, los ejes humorísticos de Güelcom lo son mucho más. Hacer chistes con la acepción ibérica de la palabra coger, llamar gallego a cualquier español, o no saber cómo explicarle -siendo él futbolero- que Atlanta y Boca juegan en distintas categorías son, apenas, algunos ejemplos.
Más allá del profesionalismo de los actores principales (también trabajan Peto Menahem, Maju Lozano y Eugenia Guerty, entre otros) el filme ni siquiera genera empatía. Es obvio que la pareja principal se sigue amando. ¿Qué imposibilidad hay para que ellos vuelvan a estar juntos? A Oriol no lo quiere nadie, empezando por Ana; Leo sólo es acosado por una apetecible paciente ninfómana -seamos anacrónicos, también-. El relato, con la voz en off de Martínez, que desde un presente junto al mar nos remite a dos capas del pasado -el del reencuentro y del tiempo en que vivía con Ana- es un mecanismo exagerado para la extrema sencillez de la historia que se cuenta.
Los personajes, casi todos treintañeros, menos un paciente stone (Nicolás Condito) y el supervisor de Leo (Gustavo Garzón, al que uno hubiera deseado ver más tiempo en pantalla), recorren varios tópicos del costumbrismo nacional, dentro de una estructura de comedia estadounidense menor. Algunas secuencias, como una en la que están todos borrachos, bordean el patetismo. La película bromea con las diez frases más comunes de los que emigran; es decir, con los clichés. Es una pena que, justamente, los chiclés sean parte constitutiva de Güelcom .