Comedia sin fluidez ni convicción
Will Ferrell y Mark Wahlberg han demostrado en varias oportunidades que tienen talento de sobra para la comedia. Si bien en Guerra de papás hay algunos chispazos, pequeños atisbos, mínimas irrupciones de su capacidad histriónica, el resultado no está a la altura de las expectativas. Es que en este film dirigido y coescrito por Sean Anders (Quiero matar a mi jefe 2) no sólo las actuaciones sino el material en general luce demasiado prefabricado, sin fluidez ni convicción. Es como si todos sus participantes trabajaran a reglamento, sin regalar un minuto ni una gota de sudor adicionales. La sensación de producto previsible e impersonal, por lo tanto, se nota desde el primer fotograma.
El punto de partida es elemental, pero en otras circunstancias podría haber sido bastante más eficaz. Brad (Ferrell) está casado desde hace unos pocos meses con la bella Sarah (Linda Cardellini), pero los dos pequeños hijos de ella, Dylan y Megan, lo desprecian. Su obsesión es ser el padrastro perfecto y ganarse la atención de ellos. Cuando empieza a avanzar un par de casilleros en su objetivo aparece Dusty (Wahlberg), el padre biológico de los chicos. Entre estos dos hombres decididamente opuestos entre sí (Brad es torpe y timorato; Dusty, arrogante y arrasador) nace una rivalidad que irá creciendo cual bola de nieve.
Más allá de algunas simpáticas observaciones sobre la identidad y el orgullo masculino (Brad es estéril y Dusty, un macho alfa que cultiva un cuerpo perfecto), es poco lo que Guerra de papás tiene para ofrecer. Un puñado de gags lucidos, un apropiado cameo del luchador John Cena y muchos, demasiados, minutos de conflictos, situaciones y bromas intrascendentes. Los números esta vez no cierran.