El gran acierto de la nueva comedia de Sean Anders (director de ¿Quién *&$%! son los Miller? y Quiero matar a mi jefe 2) no radica en la originalidad de su propuesta, sino en saber administrar a la perfección todos los elementos que componen el film. El resultado es una coreografía de chistes al servicio de las necesidades desquiciadas de un relato en el que el padre biológico de dos niños, interpretado por Mark Wahlberg, compite con el nuevo esposo de su ex –ese gigante de la comedia que es Will Ferrell, tirando una cantidad impresionante de one liners por minuto– por adueñarse del rol paterno.
La película es todo lo libre y desatada que puede ser, como ya lo era también ¿Quién *&$%! son los Miller? Incluso ambas hablan bien de la familia, al mismo tiempo que parecen reírse de ella y parodiar el género al que pertenecen, el de la comedia familiar. No hay muchas películas así. En este sentido, Guerra de papás –como sucedió en su momento con los Miller– es una gran sorpresa, pero no porque desconfiáramos de ella; ya estábamos al tanto de que Anders sabía hacer comedia y sacar lo mejor de un elenco y un guion, sino porque en un Hollywood en el que cada vez más el grueso de las producciones apuestan a lo seguro, Guerra de papás no deja la osadía y la experimentación de lado, y a fuerza de humor se va alejando a cada minuto de la corrección política. Así es que, con un guion previsible pero sumamente efectivo –que no necesita de mensajes con moralina sobre la familia, sino que sabe reírse de ello– Ferrell y Wahlberg llevan hasta el ridículo esa batalla por exponer las debilidades del rival ante la familia. Este duelo humorístico da rienda suelta a todo tipo de chistes que aparecen abruptamente y a gran velocidad, como el que tiene a Ferrell manejando una moto fuera de control. Otros pueden podrán parecer básicos pero resultan muy efectivos gracias a la rapidez con la que atraviesan la pantalla y a la potencia que les imprimen los actores.
En su forma de colección un poco anárquica de sketchs con un impecable manejo del timing, la película logra repartir una enorme cantidad de risas más allá de sus altibajos, y no escasean los momentos maravillosos y de emoción genuina, que siempre se agradecen. Incluso en las escenas en las que baja un poco el ritmo, Guerra de papás nunca deja de ser graciosa y placentera, principalmente porque nos importan los personajes. Y eso, se sabe, es lo que convierte a una película en una gran película, y a la de Anders en una de las mejores comedias en lo que va de un año que recién comienza. Una de esas que nos agarran desprevenidos y nos dejan sonriendo.