Padres desparejos
Will Ferrell y Mark Wahlberg son dos buenos comediantes y tienen química: alcanza para sostener la película.
Habían formado una pareja cómica hace cinco años en The Other Guys, de Adam McKay, y la dupla funcionó. Ahora Will Ferrell y Mark Wahlberg se reunieron, y la dupla vuelve a funcionar. Ellos dos sostienen Guerra de papás: la película dirigida y coescrita por Sean Anders (Quiero matar a mi jefe 2) es una pavada más o menos divertida, que sin sus presencias sería una pavada a secas.
Es una nueva incursión en el viejo juego de las parejas desparejas, pero en este caso los personajes opuestos están forzosamente unidos por ser padres -uno es el padrastro, el otro es el biológico- de dos chicos. Uno (Ferrell) está en la ardua tarea de que los hijos de su mujer lo acepten como padre, y en eso aparece el otro (Wahlberg), que tiene todo lo que él no -es aventurero, intrépido, canchero, musculoso- más la habilidad de caerle bien a todo el mundo. Y de manipular a la gente: enseguida consigue ser invitado a vivir durante una semana en la misma casa que su rival, sus hijos y su ex mujer.
Este es el punto de partida de una comedia blanca, pensada para toda la familia, con unos cuantos efectivos gags de humor físico protagonizados por Ferrell, entre varias situaciones simpáticas. El talento de Ferrell en esta materia es conocido, y Wahlberg vuelve a mostrar que nada mucho mejor en las aguas de la comedia que en las de la acción o el drama. Hay un tercer hombre, el ascendente Hannibal Buress, que le da un necesario toque absurdo a la cuestión y, por ser negro, motiva un par de buenos chistes sobre la excesiva corrección política estadounidense.
Pero casi más que por sus virtudes, Guerra de papás es encomiable por sus carencias: no cae en lugares comunes tan propios de muchas comedias estadounidenses de los últimos años. Esto es, básicamente, la escatología estúpida -o sea, la de Adam Sandler, no la de Louis C.K.-, y las continuas referencias a celebridades e íconos de la cultura pop. Aunque sí, hay un perdonable cameo del basquetbolista Kobe Bryant: nadie es perfecto.