Dinamitando la comedia familiar
Para entender los amplios logros de una película como Guerra de papás, hay que permitirse escalar por encima del mote de “comedia familiar” con el que uno se acerca a ella y también de los temas y conflictos que la integran, básicamente un drama de padres biológicos y padres adoptivos que ha servido -sí- muchas veces a ese infame subgénero mencionado anteriormente. Will Ferrell es Brad, padre adoptivo de un par de niños desde hace ocho meses, y un hombre correctísimo al borde de la exasperación; Mark Whalberg es Dusty, padre biológico de aquellos niños, y un arrogante hombre que ha abandonado el hogar sin hacerse cargo de la situación. Pero claro, estamos ante una película con Will Ferrell, y lo que uno espera ver es si el gran comediante sucumbirá a la sensiblería de la comedia familiar, o por el contrario utilizará sus recursos para dinamitarlos y llevarlos a otro lugar. Obviamente -y afortunadamente- lo que sucede es lo segundo, pero de una manera mucho más sutil, si se quiere, que lo que ha hecho Ferrell en películas como “Loco por la velocidad”, donde lo familiar era alcanzado por un espíritu más revulsivo. Lo que hace Guerra de papás a partir del regreso de Dusty para romper la paz del nuevo hogar es clarísimo: pone en primer plano, en la superficie, el choque entre esos dos hombres, exasperando gradualmente las características de cada uno con el fin de lograr humor a partir de los opuestos. Pero lenta y progresivamente va liberando otros asuntos, deja de lado un humor físico ATP, para descubrirse en verdad como una comedia sobre lo masculino puesto en crisis.
Guerra de papás puede ser entendida a partir de una situación que parece un chiste recurrente: una vez en el hogar, y con el visto bueno de su ex (Linda Cardellini) y del banal Brad, Dusty se toma el permiso para acostar a los niños y contarles un cuento. Un cuento que, claro, es una analogía bastante ordinaria sobre cómo el “rey” regresa al “castillo” para sacar de ese lugar al “reydrastro”. Esta situación, que se repite sucesivamente, no sólo funciona como aquel chiste repetido y estirado, si no que en cada encuentro el nivel de violencia y explicitud del cuento va alcanzando niveles de intensidad y confrontación mayores. Cada segmento, a su vez, está ubicado estratégicamente en el relato como para ir subiendo la temperatura en el conflicto central, articulando los vínculos entre los personajes y reordenando las piezas. El director y guionista Sean Anders (el mismo de la desaforada Ese es mi hijo, de lo mejor en el Sandler post-Click) demuestra así no sólo un conocimiento de la estructura de la comedia, sino también de las criaturas, conflictos y motivaciones de la película. Efectivamente Guerra de papás comienza leve, como una “comedia familiar” con algunos chistes visuales deudores del dibujo animado, para ir poniéndose más áspera con el correr de los minutos. Ese es otro efecto en las comedias de Ferrell: el aprendizaje de su personaje va acompañando el ritmo de la película (y viceversa), y si Brad es un tipo bastante soso en un comienzo, poco a poco irá descubriendo su parte más oscura.
Como decíamos Guerra de papás, que si bien habla de la paternidad, es básicamente una película sobre la masculinidad puesta en crisis. Sobre un nuevo modelo de hombre contrastado con un viejo modelo de hombre, y de cómo cada uno es una sobreactuación de su tiempo y del mundo que habita. Si la comedia elige la paternidad como tema para desarrollar ese contraste, tiene que ver con una especie de talón de Aquiles donde se articulan viejas y nuevas sensibilidades. Brad tuvo un muy ridículo accidente y no puede tener hijos, y la presencia del musculoso y seductor Dusty no es sólo una amenaza ante el lazo que ha generado con los hijos de su esposa, si no un ataque a sus cimientos, al hombre, al macho. Sin embargo, el macho alfa que representa Dusty, ve peligrar su liderazgo trabajado en horas de gimnasio ante la amabilidad y el éxito profesional de Brad. Todo esto se ve en la forma en que ambos padres adoctrinan a su hijo sobre cómo resolver una situación violenta con sus compañeros de colegio. Lo interesante en esta lucha tetosterónica es que tanto los niños como la mujer son los personajes que tienen las ideas bien claras: ni los pequeños dejan de sentir amor por Brad a pesar de quedar como un pelele en la comparación, ni Sara sufre recaída alguna ante los embates del macho Dusty, simplemente porque no olvida aquel pasado frustrante que le hizo pasar el tipo. El conflicto es ridículo, incluso infantil en cómo Brad y Dusty lo ponen en escena.
Otra regla en las comedias de Will Ferrell es la de resolver los conflictos lejos de la bajada de línea y cerca de una lógica que se alcanza a partir de la coherencia de los personajes. En ese plan, Guerra de papás es notable: no sólo que no exagera un solo rasgo en cómo los protagonistas alcanzan cada uno su objetivo (que no se sienta un sermón cuando los temas que están en juego son la paternidad y la vida familiar es todo un logro de la comedia), si no que además en su último acto logra una fusión interesante entre los temas y los conflictos, entre las situaciones humorísticas desarrolladas anteriormente y la resolución de cada uno de los conflictos. Incluso, el relato que tenía como eje la voz en off de Brad, incopora las de Sara y Dusty con el fin de abordar también sus miedos. El espacio que uno ubica y cómo es movido de ese lugar, por fuera de nuestro propio control, es algo que la película se anima a extender por fuera del interior del personaje de Ferrell, obviamente quien por construcción psicológica parece ser el personaje más inseguro del film. Y Guerra de papás hace todo esto siempre con humor y además indagando en los recursos y las posibilidades del humor.
Obviamente que todo esto no sería importante si Guerra de papás no fuera divertidísima, y si todo el humor que construyen Anders y esa gran dupla que hacen Ferrell-Whalberg (explotando con variantes sus personajes de Policías de repuesto) no fuera la confirmación de un grupo de gente pensando la comedia como género que debe buscar la risa pero siempre pensándose a sí misma: la comedia es tal vez el género más auto-reflexivo cuando está hecho desde el lugar que están hechas estas películas. Al plan general, como tiene que ser, se suman algunos secundarios formidables sobre los que descansan los protagonistas, especialmente el jefe que interpreta Thomas Haden Church, un arrogante contador de historias que queda en ridículo siempre, y muy especialmente ese hallazgo que es Hannibal Buress, quien da una clase de humor deadpan como Griff, un personaje que implica casi la presencia de una voz en off explícita pero dentro del relato.