Guerra de Papás: Un ex de duro de domar
Guerra de Papás -2015- es una comedia ATP, pero que cuenta con Will Ferrell como protagonista absoluto, hecho que le agrega un plus de impredictibilidad. Esto no significa que Mark Wahlberg, antagonista de fuste, no cumpla como coprotagonista y partenaire de Ferrell, en lo que se dispone como situaciones graciosas para que el relato acumule gags, que van de lo físico a lo verbal, inversamente a lo que se esperaba de una comedia como ésta, que tiene presente a un público familiar más que otra cosa.
La premisa es básica: Brad Whitaker –Will Ferrell- ocupa el espacio vacío en la paternidad de los hijos de su nueva esposa Sara -Linda Cardellini-. La ausencia de Dusty Mayron –Mark Wahlberg- parece allanarle el camino para ganarse el aprecio y aceptación completa de los niños, hasta que aparece en escena el mismísimo Dusty, en plan de recuperación de su familia olvidada.
La rivalidad llega desde el primer minuto, cada uno desde su rol hace lo imposible por seducir a los pequeños y suben el nivel en una competencia sin cuartel, que tiene como escenario de guerra la convivencia por el bien de los niños. Sara es un convidado de piedra, y deja que todo fluya por los andariveles del exceso, aunque comienza a revivir con su ex esposo aquellos gratos momentos para intentarlo otra vez, mientras Brad pierde terreno y se aproxima a la resignación, cuando no al ridículo al quedar siempre expuesto frente a los otros.
Hay una secuencia completa –la mejor de la película- donde Guerra de Papás podría adoptar un rumbo diferente al que finalmente elige por su enorme conservadurismo, tanto en lo que hace a la propuesta narrativa, como al humor utilizado al servicio de las morisquetas de Ferrell y la parodia consciente del físico privilegiado de Wahlberg, elemento de contraste que el film explota sabiamente. La escena citada transcurre en un partido de la NBA, con la tácita orden –suponemos- de que Farrell disponga de forma total de la puesta en escena y las situaciones que se van acumulando y enrareciendo segundo a segundo.
Motivo suficiente para añorar otra película de la que se termina viendo, aclarando al lector de ante mano que no es un film fallido, pero tampoco está a la altura de las comedias con el sello Ferrell-McKay.