Ya habían trabajado antes juntos Will Ferrer y Mark Wahlberg ("The other guys") y aunque sus estilos son bastante distintos (el primero hace comedias y el segundo es más amplio para los géneros), se perfilaban como una pareja interesante a la hora de contrastar modelos opuestos. Eso pensó Sean Anders ("Horrible bosses 2") para seguir explorando una cuestión de moda en el cine actual: plantear las características sociales de los nuevas esquemas familiares, léase las familias ensambladas.
Con dos actores muy distintos, podría lanzarse a una tarea riesgosa, divertir con sentido moral, elemento que claramente jugó en su intención a priori.
Todo comienza con un escenario al que cada día nos acostumbramos más: un hombre, Brad (Ferrer) casado con una mujer , Sara (Linda Cardellini) quien ya tuvo dos hijos con una pareja previa, Dusty (Wahlberg). El no era un hombre paternal y por lo que sabemos, se dedicó a continuar con su actividad laboral (marine de misiones especiales), lejos del cuidado de sus chicos. Brad, en cambio, es un hombre súper responsable y padrazo de aquellos.
Jugado en forma extrema por Ferrer, es un ícono de la corrección y la responsabilidad, lejos del anterior marido de Sara, quien descansa en su pareja para criar su familia sin problemas.
Pero cierto día Dusty decide volver. Extraña a sus hijos y quiere recuperar el tiempo perdido, con ellos y con su ex mujer, sin tener en cuenta que ellos ya tienen otra familia. La cuestión es que desde el primer encuentro, ámbos comenzarán a disputarse el cariño de los niños, potenciando sus perfiles, en roces y actividades con mucho humor físico y escatológico. Llevarse bien con niños tan chicos es todo un desafío que a Brad le costaba una enormidad y con la llegada de Dusty todo se complicará en forma.
Lo que desconcierta, es que esta no es una comedia familiar extrema como por ejemplo, "Dónde están los Millers". Aquí el registro va de familiar puro (con una gran carga moral, lo dijimos), a coquetear con lo grosero en secuencias que buscan la carcajada fáci del público. Claro que es fácil enfrentar a estos perfiles y sacar provecho de sus diferencias, y lo cierto es que ámbos protagonistas hacen lo suyo sin mayores fisuras.
El único problema es que su estereotipo es bastante lábil y ya conocemos mucho de cómo estructuran sus personajes. Ferrer es una caicatura de sus anteriores trabajos, siempre con registro grave, mohines de niño y vocabulario desconcertante. Walhberg, en cambio, intenta potenciar su lado cómico forzando sus gestos todo el tiempo.
Lo cierto es que lo que debería ser natural, no lo es tanto. Sin embargo, el mayor acierto de Anders es dotar a su relato de un ritmo intenso, aunque no acierte siempre con el gag. Hay secuencias artificiosas (la de la moto incrustandose en el segundo piso de la casa) carentes de ideas y otras bien resueltas (el baile final), pero siempre el director tiene claro que quiere contrastar. Y lo logra.
Párrafo aparte para el cierre, lo más logrado del film. Es que en los tiempos que corren, ya nadie puede decir "de esta agua no beberé" y lo cierto es que las familias ensambladas son una realidad concreta y palpable que debe ser abordada y aceptada con la mayor naturalidad posible. En esa dirección , "Guerra de papás" es honesta y consecuente. Podrá ser un film más o menos divertido, pero sabe que quiere decir. Y les digo, eso, hoy en día, no es poca cosa.