Espectáculo atractivo para público no muy exigente
El décimo largometraje del director alemán Marc Forster recupera parcialmente a un director cuyos primeros tres films estrenados localmente (“Cambio de vida”/”Monster’s Ball”, “Descubriendo al país del nunca jamàs”, “Más extraño que la ficción”) lo habían posicionado como una figura interesante. También es cierto que su última película estrenada (“007, Quantum of Solace”) decepcionó bastante pero ahora “Guerra mundial Z” (“World War Z”) nos lo devuelve con algunos aportes destacables.
Basado libremente en la novela de Max Brooks, hijo del divertido Mel, hay en esta versión una mezcla de convencionalismos que serán rechazados por los muy exigentes y aceptados por quienes procuren un entretenimiento y en particular por los aficionados a films sobre “muertos vivientes” (zombies).
El también coproductor Brad Pitt (Gerry Lane) es prácticamente el único nombre conocido en el reparto aunque su sola presencia jerarquiza a un producto evidentemente comercial pero que mantiene el interés del espectador a lo largo de casi dos horas. Claro que existe un segundo elemento muy efectivo y necesario en este tipo de producciones. Nos referimos a los efectos especiales, cada vez más perfectos, que presentan a centenares de zombies en diversos lugares tales como Filadelfia, Corea del Sur, Jerusalem o Gales. El cuidado en las imágenes se revela incluso cuando algunos de estos “muertos vivientes” se enfrentan en forma individual contra Gerry y un grupo de científicos en un sofisticado laboratorio de la Organización Mundial de la Salud. Esto transcurre más cerca del final y puede decirse, sin necesidad de revelarle casi nada al lector de esta nota, que la idea de dirigirse a ese centro de investigación resulta ingeniosa.
El comienzo muestra a Gerry junto a su esposa (encarnada por la desconocida Mireille Enos) e hijos pequeños en el centro de Filadelfia sin que se sepa claramente cuál es la causa del tremendo embotellamiento de tráfico. Pronto aparecerán las primeras evidencias de que algún tipo de virus está infectando a la gente y casi milagrosamente (y algo forzadamente) la familia será rescatada por un helicóptero y transportada a un portaaviones. Todo ello gracias a la profesión de Gerry, quien inmediatamente se pondrá al servicio de las fuerzas armadas norteamericanas. En verdad su accionar posterior, que lo llevará a los diversos sitios ya mencionados, será para colaborar con la ONU, donde él trabaja, y si bien el mensaje es elemental no resulta desdeñable la idea de “ayudarnos unos a otros”, como se afirma en algún momento del film.
Además de la larga escena en el laboratorio habrá otra muy lograda cuando un avión de Belarrusia despegue del pequeño aeropuerto Atarot de Jerusalem con pasajeros y algo más…
En definitiva un espectáculo atractivo no apto para un público muy exigente.