Hay una trampa en el cine de zombies: dado que la masa descerebrada y asesina no tiene
motivos para hacer lo que hace, puede utilizarse como metáfora de cualquier cosa. Así, el contenido
político o social que incluye este film del por lo general aburrido Marc Foster (“autor” de uno de los
peores James Bond, Quantum of Solace) es lo de menos porque es previsible. En cambio, no es
previsible que Brad Pitt actúe al mismo tiempo con el cuerpo -en las secuencias de acción, que casi
no se detienen- y con el rostro -en las intimistas, donde nos convence de ser un padre de familia, un
ser humano preocupado por el prójimo, una persona real. El despliege de invenciones gráficas es
realmente grande, aunque es cierto que, a esta altura de las circunstancias, es poco lo que puede
asombrarnos a la hora de ir al cine a por un gran espectáculo. A pesar de todo, y de que difícilmente
el espectador se aburra, hay algo de fórmula, de previsibilidad torpe, de despliegue gratuito que
envuelve de mediocridad varias secuencias. Allí es donde se nota que no existe un director personal
capaz de encontrar un sólido sentido en una historia que ya no nos parece ni original ni metafórica.
Pero Brad Pitt es un espectáculo en sí mismo, lo que compensa -en gran medida- muchas de las
debilidades de la película.