La simpleza de los muertos vivientes
Los zombies (en el sentido que George Romero les ha dado en sus películas) han sido un artefacto apocalíptico bastante utilizado en el cine terror, en general como excusa para hablar de nosotros, los aún no muertos. De las películas del bueno de George se han dicho que son alegorías del comunismo, criticas al racismo, análisis sociológicos del consumismo y más. Digamos que el tipo es el maestro absoluto del subgénero (de hecho Max Brooks, autor del libro Guerra Mundial Z, le agradece su insustituible influencia) y algunas de sus películas de zombies (lleva hechas alrededor de seis) son muy buenas historias de terror y gore con bastante carga política y humor negro. Lamentablemente Guerra Mundial Z carece de casi todos los elementos que hacían interesantes los films de Romero, y a pesar de ser entretenida, al final queda en evidencia su importante superficialidad. En principio, esta producción de Brad Pitt viene a contar una vez más el escenario del inicio de la plaga zombie, con una demoledora introducción en la cual rápidamente entendemos que las cosas están muy feas para la humanidad y que Gerry Lane (Pitt), un funcionario poco definido de la ONU, es una de las últimas esperanzas de palear la crisis. Entonces el film que arranca siendo gigantesco y con varias cuestiones “importantes” por tratar, entra en un embudo y se va achicando hasta diluirse bastante, algo parecido a lo que sucede con El fin de los tiempos, del a veces poco afortunado M. Night Shyamalan, sólo que esta película de Marc Forster nunca llega a ser tan mala como aquella. Pero vayamos por partes, ya que hay cosas buenas en Guerra Mundial Z. Decíamos de la impresionante y coherente introducción, angustiante, furiosa y demoledora, pero también se presenta ante nosotros un conflicto enorme por resolver: todo empeora a cada minuto y tenemos un héroe bien plantado en pantalla que es Brad Pitt, con todo su carisma a cuestas. Forster se encarga de sostener la tensión y el suspenso durante casi una hora nerviosa y angustiante, y las tres grandes secuencias de acción que nos muestra son contundentes y filmadas con criterio. El problema empieza porque el film debe inevitablemente terminar de alguna manera y comenzar a cerrar algunas cuestiones. El guión empieza a flaquear y las cosas que la película dice sobre el mundo son un tanto simplonas. Nuestro héroe viaja por todo el mundo buscando soluciones. Se encuentra con un científico brillante pero inepto, unos militares sobrepasados, políticos inexistentes y un tipo en Israel que cuenta una versión un tanto particular y maniquea de la historia del pueblo judío. De hecho, en un principio la única ciudad en pie luego del ataque inicial es Jerusalén y sus grandes muros, una especie de referencia bíblica implicando aquello de la tierra prometida y demás sarasa. Todo esto no se dice pero se subraya de manera casi infantil. Estas fallas que van apareciendo cada vez más hacia el final se deben quizás a dos cosas: siempre en las películas de zombies hay un problema con conseguirle a la humanidad una esperanza, una ventaja ante el avasallador peligro. En general, los guionistas apelan a alguna arbitrariedad pelotuda y este es el caso de Guerra Mundial Z. Por otro lado, hay una notable diferencia de registro entre la novela de Brooks (no voy a decir que es el hijo de Mel) y la película. La novela (no la leí pero tuve la oportunidad de ojear su estructura) habla en pasado de la crisis zombie, está articulada como un conjunto documental de testimonios que van construyendo un relato global. Uno intuye que hacer una película coral de este subgénero, lo que hubiera sido una adaptación más fiel, es cuanto menos caótico. Aún así, esta película hubiera podido tener un desenlace con mayor complejidad, que la hubiera convertido en un film más digno. Pero Forster no se preocupa nunca por la profundidad de su película, y eso es lo que tenemos.