World War Z es una película que supera las expectativas, pero decir esto no es necesariamente un cumplido. Pocas producciones han tenido recorridos tan complicados como el que esta tuvo y de seguro es mucho menor la cantidad de tanques de Hollywood que deben afrontar tantas turbulencias. Un año atrás, el panorama era muy complicado con el anuncio de un retraso de seis meses en su fecha de estreno, de siete semanas para volver a rodar algunas tomas y la incorporación a la plantilla de guionistas de Damon Lindelof -el mejor alumno de J.J. Abrams y su peor imitador- quien ayudaría a reescribir el tercer acto completamente, en una acción que demostraba ignorancia sobre lo dañino de su incidencia, por ejemplo, en Prometheus.
La catástrofe parecía querer romper las barreras de la pantalla, una debacle en ciernes que se vio morigerada a medida que empezó a conocerse material, gracias a una campaña publicitaria que buscó contener la caída. Con perspectivas tan bajas, hubiera sido una derrota completa que la película de Marc Forster tuviera los resultados que se podían esperar doce meses atrás. Afortunadamente para él y los espectadores, es en su mayor parte un trabajo sólido con buenas dosis de suspenso y acción, un proyecto que se gesta y desarrolla en forma orgánica hasta que el trasplante sufrido hacia el final se hace cargo de la escena.
Es probable que muchos de los conflictos durante el rodaje de World War Z tengan su origen en la inexperiencia del director, quien al igual que en Quantum of Solace no logra imponer su marca bajo ningún concepto. El realizador parece cómodo con su enfoque impersonal y por eso no ofrece nada nuevo, pero el ritmo de una historia que lleva al público en un viaje a contrarreloj a través del mundo para detener una pandemia zombie logra sobreponerse a la zona de confort de Forster. Ni siquiera puede decirse que el hombre tenga en claro lo que quiere con sus no-muertos, que trotan, deambulan o corren como un río de destrucción a conveniencia de su argumento, pero el héroe que interpreta Brad Pitt, con una actuación muy buena que es especialmente creíble, prevalece.
El recorrido global concluye de forma perezosa en el tercer acto reescrito por Lindelof, quien evita alusiones místicas aunque siempre pueda hallarse alguna metáfora acorde. Es un cierre antinatural para el desarrollo argumental, con la inmersión de la película en un pesado letargo de media hora. Así como los zombies ingresan en una suerte de hibernación a la espera de algún ruido, movimiento o posibilidad de acción que los despierte, World War Z se pone en punto muerto durante un lapso que parece eterno. Sí, hay una secuencia clave que sorprende, cuando finalmente se comprende que no importa que haya hordas de atacantes, sino que el miedo es más real y palpable en el uno contra uno. No obstante es en el marco de un cierre que juega en los lineamientos de lo que se conoce, sin querer sorprender en ningún momento. Los estudios detrás de esta adaptación pretendieron en un momento volverla una trilogía. Con un 3D post-convertido que jamás aporta nada más que la molestia de tener puestos anteojos por 2 horas, una primera película totalmente genérica, una producción de grandes complicaciones y una conspiración de cinco guionistas que operan sobre el trabajo de los otros, las chances de que la historia continúe son remotas.