LA ÉPICA AUSENTE
“Mi nombre es Facundo Arteaga, soy de La Pampa y estuve muy cerca de ser campeón”, dice la voz en off del protagonista de Guerrero de norte y sur, documental dirigido por la dupla Mauricio Halek y Germán Touza. La primera enunciación evidencia dos mecanismos: un disparador que activa la intriga y el despojo de cualquier pretensión épica. Arteaga tiene 35 años, es padre de familia y se enfrenta a un último desafío: llevarse el máximo galardón en el Festival Nacional de Malambo. Se trata de un objetivo muy difícil. Además, hay un código inquebrantable que todo aquel que participa debe aceptar, a saber, que el campeón ya no podrá competir más. Es el cierre que Arteaga desea, el broche a una carrera donde el sacrificio y el placer se conjugan para dar vida al arte del malambo. Durante la preparación vemos el registro de una vida que alterna entre el trabajo, el hogar y el entrenamiento propiamente dicho, un lapso intenso para llegar a esos cuatro minutos y pico de exhibición en el escenario.
El principal inconveniente del documental es que nunca levanta vuelo más allá de los valores que trasmite, a veces, hacia el cuestionable horizonte del camino edificante. Pese a estas nobles intenciones, el tratamiento de los directores no cumple necesariamente con esas expectativas planteadas al principio. El desarrollo narrativo nunca prepara un terreno capaz de conmover o sacudir y construye un tono monocorde, una trama lineal cuya atmósfera neutra poco parece ofrecer.
Facundo es un tipo común, se nota. Sin embargo, el mote de guerrero que aparece en el título juega en el campo de una épica ausente. Ni siquiera esos fragmentos donde se lo ve bailar como poseído (lo más interesante y seductor de la película) alcanzan y, por momentos, rozan el discurso publicitario. En síntesis, un intento loable perdido en la medianía.