Facundo Arteaga zapatea con pasión. Entre sus quehaceres cotidianos –clases de baile, atender a su familia, el trabajo en el campo-, se prepara para competir una vez más en el Festival Nacional de Laborde, el súmmum para un bailarín de malambo. Entre los ganadores de dicho evento hay una regla tácita, un código inquebrantable. Coronarse campeón implica no volver a competir en esta danza tradicional, por el resto de su vida. Una vez campeón, se es campeón por siempre. No hay que defender la corona. Llegar al olimpo es quedarse en él. La gloria supone una renuncia personal, pero una vida en el podio lo vale. Y eso lo entiende Facundo, que una vez más va por el campeonato.