Sean Penn, no apto para la acción.
Hay algo que no funciona desde el principio en Gunman: el objetivo y que podría definirse como una nota falsa a partir de la cual todo empieza a desafinar. Parece increíble que una película que cuenta en su elenco a Sean Penn y a Javier Bardem y al habílisimo Pierre Morel (Búsqueda implacable) como director sea tan malograda. Pero en el cine abundan esta clase de decepciones.
Mucho del argumento de Gunman, tal vez demasiado, recuerda a la saga de Bourne, aunque en este caso no están implicados los servicios secretos de las grandes potencias sino multinacionales mineras con intereses en el Congo. Terrier (Penn) es un francotirador que trabaja como custodio de miembros de organizaciones no gubernamentales humanitarias que ayudan a las víctimas de las guerras civiles y la desnutrición en ese país africano.
Pero en realidad el trabajo es una fachada que oculta algo más siniestro y que deriva en un magnicidio. Después de cometer ese asesinato, Terrier debe huir del continente y dejar al cuidado de un amigo (Bardem) a la médica (Jasmine Trinca) de la que está enamorado.
Los elementos clásicos del cine de acción está todos dispuestos sobre la bandeja y por si faltara algo se le añade el triángulo amoroso y la corrección ideológica. Sin embargo, más allá de ciertas torpezas imperdonables de la narración, lo que asombra es la desidia con la que Bardem asume su personaje, una rara mezcla de sobreactuación e histeria que vuelve poco veraces todas las escenas en las que participa.
Tampoco Sean Penn resulta dúctil como actor de acción. La tristeza eterna de su cara contradice a sus músculos y se hace difícil adecuar la figura de un mercenario a la de un rufián melacólico, por más que esté enamorado de una mujer hermosa y arrepentido de todos sus pecados.