Sean, relájate y goza
El síndrome Liam Neeson encontró en Sean Penn a una nueva víctima. La nómina de afectados dispuestos a pasar de las mieles de la reputación y el prestigio al barro del cine de acción incluye, claro está, al protagonista de La lista de Schindler que, desde la saga Búsqueda implacable, reparte piñas, patadas y balazos en cuanta película pueda, pero también a Kevin Costner (de Danza con lobos a 3 días para matar) y Pierce Brosnan (El aprendiz, las de Bond).
El problema es que Penn es incapaz de divertirse con su trabajo ni mucho menos sacarse el método actoral de encima y su gravedad impertérrita termina afectando a una película que hubiera sido mucho mejor con menos del protagonista de él y más del de Javier Bardem.
El español es el cabecilla de un grupo de mercenarios que anda por el mundo camuflándose detrás de una ONG para asesinar políticos y empresarios molestos para la concreción de los negocios de una multinacional. Una de esas víctimas es el Ministro de Minería del Congo, y la responsabilidad de disparo fatal recae en Terrier (Penn). El operativo culmina bien (o al menos para ellos, ya que el asesinato desata una guerra civil), pero Terrier debe abandonar inmediatamente el continente, dejando atrás a su novia (la italiana Jasmine Trinca, protagonista de Miele), una doctora de la ONG que desconoce su oficio.
Dirigida por Pierre Morel, habitual secuaz de Luc Besson y responsable de Búsqueda implacable, The Gunman: El objetivo continúa ocho años después. Allí está Terrier intentando lavar su conciencia poniéndose al servicio del organismo humanitario cuando un grupo armado llega al campamento con la idea de aniquilarlo, obligándolo a encarar una nueva huida, pero ahora con el objetivo de saber quién le puso precio a su cabeza. Lo que encuentra es a su ex jefe convertido en un poderoso empresario casado con….su ex novia.
Desatado y tanto o más exagerado que su villano de Operación Skyfall, el español encarna el potencial delirante de una película tan predecible como entretenida y eficaz, pero que falla al mutar el placer coreográfico de la violencia estilizada por la moralina bienpensante de una denuncia altruista.