El truco de la estrella metida al cine de acción
Típico exponente de thriller post 11-S –lo que equivale a decir post Jason Bourne, en referencia a la saga protagonizada por Matt Damon que marcó definitivamente la forma en que el cine concibe el complejo panorama de la geopolítica actual–, The Gunman es además un producto hecho a imagen y semejanza de las películas de acción producidas por Luc Besson, pero sin contar con el francés entre sus mecenas. Y su ausencia es notoria, no precisamente para bien. Como pasa con esas películas, The Gunman no toma como escenario central los Estados Unidos, sino que traslada la acción sobre todo a Europa, aunque la trama no se priva de echar raíces en el Tercer Mundo, en este caso en Africa. Y también elige como protagonista a una estrella del mercado internacional no necesariamente vinculada con este tipo de cine, para intentar el experimento de hacerla reencarnar en la piel del héroe de acción.Puede decirse que Besson es el responsable de haber transformado a Liam Neeson en la gran figurita nueva del género vía Búsqueda Implacable, como así también de conseguir que la inestable carrera de Kevin Costner volviera a cotizar en Bolsa tras el film 3 días para matar. En este caso el elegido es el devaluado Sean Penn, que viene de dar un muy mal paso como villano de la fallida Escuadrón Antigangster, y el responsable detrás de cámara es Pierre Morel, uno de los alumnos dilectos del cineasta y productor galo, quien nada casualmente debutó como director con dos películas escritas y producidas por éste, incluyendo el episodio original de la mencionada Búsqueda Implacable, el mejor de esa saga.Pero aun con estos elementos necesarios para conjurar la “mística” bessoniana, hay algo que falla en la ecuación final. Por un lado la cruza entre los universos políticos y corporativos fundiéndose en operaciones ilegales en el Congo, que incluyen el asesinato del ministro de Minería de ese país para favorecer a empresas transnacionales, se abre como un inmejorable punto de partida para un film de intriga contemporáneo. Incluso se puede decir que Sean Penn no representa una mala elección para el papel de este francotirador culposo y de buen corazón a quien su pasado se le viene encima para obligarlo a volver a los viejos hábitos. Sin embargo, el argumento acaba pecando de ingenuo y termina amontonando todas sus aceptables intenciones previas en un embudo final, donde algunas cursilerías les sacan varias cabezas a los modestos méritos costosamente acumulados. La burda utilización de un montaje paralelo para asimilar una corrida de toros con la persecución final y el sacrificio del héroe, es tal vez la más notoria de esas torpezas. Tanto que se termina extrañando la mano de Besson que, aunque no sea justamente la personificación de la sutileza, como productor y guionista no suele perder el tiempo con falsa poesía.