Acción progre
A la hora de ver The gunman: el objetivo, hay que tener en cuenta no a su director, Pierre Morel -que en Búsqueda implacable y Sangre y amor en París ha demostrado ser apenas un discreto artesano, sin mucha personalidad- sino a su verdadero autor, Sean Penn, protagonista y coproductor de la película. Principalmente, hay que saber desde qué posición ideológica mira el mundo. Y lo que tenemos es un artista que se sabe parte de un país capitalista e imperialista al extremo como es Estados Unidos, que es consciente de que directa o indirectamente lo representa y alimenta en sus oscuras representaciones y que lidia con la culpa a través de una crítica superficial y hasta cómoda. La suya es una visión que piensa que el mundo se cambia a través de los discursos (y por eso se saca fotos con líderes que suelen vociferar arengas anti-yanquis, sin preguntarse desde qué lugar hablan o con qué coherencia) y el trabajo de las Organizaciones No Gubernamentales. En el fondo, su pensamiento delata un gran individualismo, una profunda desconfianza en las capacidades e intenciones de los Estados y hasta cierta convicción de que los estadounidenses son la causa, pero también la solución de todos los males del mundo.
Se pueden rastrear huellas de todo lo enumerado anteriormente en casi la totalidad del relato de The gunman: el objetivo, una película que crece en interés cuanto menos se habla en ella, cuando deja los diálogos explicativos y las bajadas de línea torpes. De ahí que funcione mejor el thriller de acción sobre un ex mercenario perseguido por fuerzas desconocidas por un hecho particular de su pasado, que el alegato político sobre cómo las corporaciones se manejan de manera brutal para obtener recursos en las zonas más olvidadas y postergadas del planeta -en este caso, Africa- con la ayuda de profesionales de la guerra. O que Penn y Javier Bardem están mucho mejor cuando se expresan a través de sus físicos y miradas que cuando se convierten en portadores de frases que en su mayoría no salen de la reflexión banal. Por eso el film fluye de manera más cabal y coherente cuando avanza y no piensa, cuando deja que sean los tiros, puñetazos, cuchillazos y explosiones las que hablen por los personajes, dejándose llevar por la fisicidad, el vértigo y la paranoia.
El gran problema de The gunman: el objetivo llega casi por decantación hacia el final, cuando tiene que cerrar su conflicto y elige los caminos más simplistas, elementales y tranquilizadores, sin hacerse cargo de los pecados del protagonista, con un par de metáforas visuales muy groseras y enunciados del manual más progre. Para la película -y su autor- los problemas parecen solucionarse expresando un poco de arrepentimiento y no mucho más, porque claro, el que comete los horrores puede pasar fácilmente a ser el tipo más solidario del mundo. Si lo que se critica es cómo determinadas naciones sufren una permanente tutela por parte de otras potencias, la propuesta no pasa por la autonomía, sino por nuevos tutelas. En cierto modo, no deja de ser lógico que Penn piense así: lo hacen otros artistas progres como él en Estados Unidos y un montón de intelectuales alrededor del mundo que aplican similares esquemas. Vean sino a muchos intelectuales argentinos, que despotrican contra la influencia política y cultural de los Estados Unidos sobre Latinoamérica, pero después observan el Interior de nuestro país con una mirada definitivamente porteña. Quizás le estamos pidiendo demasiado a Penn, sin reconocerle algunos riesgos que toma al pretender darle una vuelta de tuerca al género de acción, poniéndole el pecho a las balas, pero lo cierto es que falae en sus ambiciones y queda un poco maltrecho en el intento.