El amague de un (gran) duelo
El nuevo film del autor y director italiano Nanni Moretti –Caro diario, Abril, El caimán, y reconocida cabeza en las marchas anti-Berlusconi–, Habemus Papam, promete, desde el vamos, una situación por demás interesante y sugerente: el encuentro del Papa recién nombrado –tras el fallecimiento de Juan Pablo II–, en crisis, con “pánico escénico”, con un psicólogo (“el mejor de Italia”), quien se verá obligado a preguntar qué puede y qué no charlar con el sumo pontífice... Y, obviamente, no puede preguntar nada: sueños, recuerdos de la infancia y de su madre, deseos: nada de esto le es permitido –así como tampoco charlar en privado–, tras lo cual el psicólogo (interpretado por el mismo Moretti) quedará “preso” en el Vaticano, hasta que se resuelva la crisis (que se quiere ocultar), participando de la acción de la película, aunque ya con un papel secundario.
Sin embargo la acción central pasa por la crisis “del hombre” con su servicio o misión en el mundo. Finalmente el Papa (un excelente Michel Piccoli), de incógnito, “entenderá todo” o se reencontrará, tras una incursión urbana (teatro de Chéjov incluido), con su “verdadera personalidad”, yendo finalmente a hablarle a sus expectantes y desorientados fieles…
Moretti ha recibido críticas por izquierda y derecha tras el estreno de Habemus Papam. Respecto a estas últimas, señaló que el diario que expresa la opinión del Episcopado, L’Avvenire, “tuvo una opinión mucho más benévola (que las cartas de lectores) de la película, y varios referentes católicos y hasta sacerdotes y prelados mostraron simpatía hacia ella”. Respecto a las primeras, dijo: “es mi película y hago la película que quiero. Con respecto a esas críticas, lo que puedo decirle es lo que le dije antes: no pretendo denunciar nada, no estoy hablando de un Vaticano real, sino de unos cardenales que son personajes de mi película. Y a mí me gusta que los personajes de mis películas no respondan a ningún cliché. Pueden ser waterpolistas comunistas, reposteros trotskistas o, como en este caso, cardenales que juegan a las cartas, arman rompecabezas u organizan un mundial de voley cardenalicio” (Página/12, 8/9).
Está claro que el director está en todo su derecho de crear la historia que quiera, con “independencia” –como él ha dicho– de la realidad; un “mundo propio”, con “una lógica propia”... pero entonces, el público no va a encontrar el “duelo” prometido entre psicoanálisis y religión; así como tampoco encontrará lo que dice la reseña que hizo el Ojo Obrero, donde se habla en general –y con cierto “mecanicismo”– del “fabuloso retroceso que viven las religiones, a la luz de la creciente maduración subjetiva que acarrea la crisis capitalista”, donde tendríamos una “película (que) confronta a la burocracia espiritual del dogma religioso con la interpretación de la conciencia del psicoanálisis, el rol liberador del espíritu que tienen el arte y el deporte, entre otros” (Prensa Obrera 1196). Ni las crisis económicas permiten que automáticamente millones rompan con la religión –que, “casualmente”, nos promete una vida mejor después de muertos–, ni el retroceso es “de las religiones”, salvo que se las reduzca a... la católica: basta pensar en el crecimiento del Islam las últimas décadas, o la Iglesia Universal del Reino de Dios, que se vende por TV en nuestro país, como muchas otras. En palabras del papable cardenal Scola en un reportaje, existe el “fenómeno histórico de que ahora tenemos 15 millones de musulmanes en Europa, esto es sólo un hecho histórico que hace más urgente el diálogo interreligioso en Europa” (La Nación, 28/6). Hay una crisis de la Iglesia católica, apostólica y romana, pero no de las religiones en general… Y mucho menos se expresa algo de esta crisis en la película de Moretti.
Entonces, vez más, como tantas veces suele pasar (no sólo en el cine), hay acá una buena idea desperdiciada. Además, el film se pone denso, largo y casi sinsentido (por momentos parece la simple historia de un viejito homeless –sin la menor conexión con toda la burocracia previa que se muestra al comienzo Habemus…–), sin llegar a cuajar de conjunto como una crítica mordaz al cristianismo y a su institución (el Vaticano), estando todos los elementos a mano para ello. Sin embargo Moretti renunció conscientemente a ello, y la acción se dispersa de tal modo que parece una comedia light más, y por lo tanto el rol del psicólogo, las viejas ansias de ser actor del flamante (y “resistente”) Papa y la misma crisis de los cardenales y sus fieles no se articulan dignamente. Moretti tampoco desarrolla –como seguramente lo podría haber hecho Woody Allen excelentemente– un humor irreverente, incesante y vertiginoso (ése que tras un rato de mucha risa delirante también deja pensando). Y mucho menos hay un tratamiento profundo como el que podrían haber hecho Ingmar Bergman o Roman Polanski.
En suma, tenemos una película tibia, poco jugada y sin fuerza. Es decir, un “amague fílmico” con un tema que da para mucho, siempre y cuando se lo trate con alguna agudeza o inteligencia (bien o mal) “intencionada”.