DELIRIO MÍSTICO
La historia del Papa que no quiere serlo y escapa -a lo que sigue una serie de tretas para que esto no trascienda entre cardenales y fieles y de técnicas para matar el tiempo del psiquiatra encerrado en contra de su voluntad en el Vaticano- ya es de por sí divertida.
Los elementos y matices con los que Nanni Moretti (que se guardó el mejor papel -el de ese psiquiatra- para él) también lo son.
Toda la película es una ridiculización de cada uno de los personajes que aparecen en ella (cardenales, periodistas, feligreses, psiquiatras, actores), pero una ridiculización elegante, medida.
La comicidad del filme está basada en recursos básicos del humor: el enrarecimiento de situaciones, la descontextualización, lo inesperado, lo inexplicable, la exageración; pero se erige de una manera no básica, sino inteligente y efectiva (la irónica épica de la escena del partido de voley entre los cardenales es el mejor ejemplo).
Además, todo es en italiano, idioma que maximiza la gracia de cualquier diálogo o peripecia (si el francés se inventó para conquistar, el alemán para meter miedo y el inglés para que se escriban las canciones de los Beatles; el italiano se creó sin dudas para hacer reír).
Pero todo este humor no impide que Habemus Papam sea una película profunda que se pasee por la psiquis tan compleja como común del Papa (en una actuación brillante de Michel Piccoli), por la psiquiatría, la iglesia, Chéjov; aunque sin intentar explicarlos demasiado -como es en el cine que quiere a quien lo mira- y logrando escenas dramáticas excelentes.
La película es entonces delirante y esquizofrénicamente placentera, además de ser una nueva exposición de Moretti de su ateísmo, comunismo, escepticismo e infalible humor.