DOCE AÑOS DE JUVENTUD Valió la pena el tiempo que dedicó Richard Linklater para filmar su último trabajo -144 meses- y el que tuvimos que esperar sus seguidores para verlo. Porque Boyhood es una (nueva) obra maestra de este director, ícono del cine independiente norteamericano.
INCREÍBLE No te enamores de mí intenta abordar, en construcción coral, las angustias y frustraciones de varias personas y parejas de clase media-alta, y de entre 25 y 35 años. En este abordaje -si bien asoman algunas referencias a otras cuestiones- el sexo parece ser el único foco, el único origen y el único síntoma de todos los conflictos.
CENIZAS DEL PARAÍSO En cuestión de días y al mismo tiempo, el hawaiano Matt King (George Clooney) tiene a su esposa en coma, debe hacerse cargo por primera vez seriamente de sus dos hijas siendo y sabiéndose “el padre suplente”, una de ellas le cuenta que su madre le era infiel tras lo que viaja a conocer al amante y tiene que decidir la venta de unas tierras paradisíacas sobre la cual hay presiones contradictorias entre -por un lado- su familia y -por el otro- todo el resto de la población.
SUTILÍSIMA Las Acacias no es excelente por ser políticamente correcta, técnicamente impecable, narrativamente alejada de ciertos códigos cinematográficos que ya no caen tan simpáticos. Es todo esto, pero es excelente porque con una sinopsis que podría tener veinte palabras, emociona transmitiendo una infinidad de situaciones, estados psíquicos, conflictos profundos, detalles, matices, sutilezas.
DELIRIO MÍSTICO La historia del Papa que no quiere serlo y escapa -a lo que sigue una serie de tretas para que esto no trascienda entre cardenales y fieles y de técnicas para matar el tiempo del psiquiatra encerrado en contra de su voluntad en el Vaticano- ya es de por sí divertida. Los elementos y matices con los que Nanni Moretti (que se guardó el mejor papel -el de ese psiquiatra- para él) también lo son. Toda la película es una ridiculización de cada uno de los personajes que aparecen en ella (cardenales, periodistas, feligreses, psiquiatras, actores), pero una ridiculización elegante, medida. La comicidad del filme está basada en recursos básicos del humor: el enrarecimiento de situaciones, la descontextualización, lo inesperado, lo inexplicable, la exageración; pero se erige de una manera no básica, sino inteligente y efectiva (la irónica épica de la escena del partido de voley entre los cardenales es el mejor ejemplo). Además, todo es en italiano, idioma que maximiza la gracia de cualquier diálogo o peripecia (si el francés se inventó para conquistar, el alemán para meter miedo y el inglés para que se escriban las canciones de los Beatles; el italiano se creó sin dudas para hacer reír). Pero todo este humor no impide que Habemus Papam sea una película profunda que se pasee por la psiquis tan compleja como común del Papa (en una actuación brillante de Michel Piccoli), por la psiquiatría, la iglesia, Chéjov; aunque sin intentar explicarlos demasiado -como es en el cine que quiere a quien lo mira- y logrando escenas dramáticas excelentes. La película es entonces delirante y esquizofrénicamente placentera, además de ser una nueva exposición de Moretti de su ateísmo, comunismo, escepticismo e infalible humor.
OCHENTOSO Casi todo lo que haya ocurrido más de 20 años atrás (romances, costumbres, palabras, códigos, ropa, lugares) puede recordarse solamente de dos formas: como ridículo/inocente o con melancolía. Super 8 reúne a ambas, pero logra ser una película que no es totalmente ridícula/inocente ni totalmente melancólica, sino una mirada afectuosa y de relegitimación a una época y un modo de hacer cine, con actuaciones impecables y prometedoras, así como efectos, guión, dirección y musicalización a la altura de sus responsables. J.J Abrams y (su mentor) Steven Spielberg comenzaron su carrera cinematográfica filmando películas en súper 8, Spielberg nació en Ohio -donde transcurre la historia-, Abrams ganó un concurso similar al que el niño en el filme quiere ganar; pero los principales homenajes de estos directores/productores/guionistas no son a ellos mismos (que dicho niño-director no sea el protagonista-héroe es un indicio) sino a una era del mundo y del cine. Por eso hay muchísimo de ET, hay muchísimo de todo lo que se ha visto en pantalla grande muchísimas veces, especialmente durante los ‘80. Pero como Spielberg es el creador de todo eso, no podemos decir que se trata de una copia, sino más bien de una reutilización semi-paródica, semi-nostálgica, ultra-cariñosa de recursos propios. Sólo por esta razón, se le perdonan los momentos previsibles, cursis y moralistas. Super 8 reproduce muy bien los códigos éticos, estéticos, políticos, sentimentales y cinematográficos de los ‘70/’80; por lo que, si bien los más chicos pueden “engancharse”, es más una película treintañera. Gran guiño a esto: las dos veces de My Shorona, una de las canciones más recordadas de Reality Bites (Generación X), programadas por el gran Michael Giacchino, a quien además le reservaron el papel del policía Crawford. Desde este prisma “ochentoso”, el filme ofrece una historia divertida y catastrófica, en la que se apela a remover no sólo un modo de narración “de antes” sino también sentimientos “de antes”: el sueño de todo chico de ser protagonista heroico de un hecho histórico preferentemente sobrenatural, la adrenalina de “gustar de” alguien y que “guste de” vos, la simpleza del amor basado en la admiración, la épica de filmar una película.
UNA PELÍCULA DE WOODY ALLEN Suelen ser muy molestas las obras que son sólo una excusa de su creador para expresar una posición o teoría propia, así como las que son excesivamente autorreferenciales y narcisistas. Suele ser muy propio de Woody Allen todo esto. Pero suele importarnos absolutamente nada cuando vemos sus filmes. Así como en Crímenes y pecados (1989) Allen nos explica el dinamismo del mundo y en Match Point (2005) el del amor en el mundo, en Que la cosa funcione (2009) el director y guionista esboza una teoría sobre el sentido de la vida: lo que sea que funcione, concepto al que el título de la película se acerca con precisión, a diferencia de su traducción al español, como casi siempre. Larry David -co-guionista de Seinfeld que ya trabajó con Woody Allen en Días de radio (1987) y en Historias de Nueva York (1989)- encarna a Boris Yellnikoff: científico, viejo, inteligente, feo, suicida, misántropo, malhumorado, racionalista, judío, paranoico, hipocondríaco, obsesivo. Conoce a Melody (Evan Rachel Wood): linda, inocente, joven, católica con excepciones; llena de los lugares comunes, estupideces y trivialidades que Boris más detesta. Por supuesto que, por el atractivo del intelecto y la belleza respectivamente, desarrollan un vínculo parecido al amor y allí empiezan los enredos; enmarcados con excelentes actuaciones, planteos, humor e “intersecciones” entre la realidad y la ficción -como sucedía en La rosa púrpura de El Cairo (1985)- esta vez con el protagonista hablando a los espectadores en lo que, para sus compañeros en la ficción, es sólo otro brote de delirio más. Las casualidades y vericuetos del destino en Que la cosa funcione resultan similares a los de las novelas de Paul Auster; la visión del mundo de Boris, ácida y agresiva, se parece a la de Violencia Rivas o La Tana Ferro; el diálogo del protagonista con el público hace recordar a lo que hacía Alberto Olmedo, o Rodolfo Ranni en La Nena (aunque el director norteamericano sí lo hizo bien, con un sentido y calidad dignos, ironía y eficiencia humorística); pero a lo que más se parece la película de Woody Allen es a él: El guión fue realizado en los años 70’ y en algunos países pudo verse el filme en 2009 pero -aún para los que lo vemos hoy- resulta actual, agudo y profundo. Tiene una historia simple con planteos complejos. No aparenta pretensiones pero aborda el existencialista “para qué” de la vida humana. Relativiza en ambos extremos la eterna contraposición entre el amor y la religión con la razón y la ciencia. Nos dice que el fin justifica los medios. Nos muestra a Nueva York una vez más. Nos ofrece monólogos amarguísimos pero certeros. Nos habla de los sentimientos, la religión, los clichés, la estupidez humana, la infelicidad de los inteligentes y la felicidad de los “simples”. Nos concede un vago pero claro y agradable dejo de optimismo y emoción.
HOMENAJE Como lo vienen logrando tantas películas infantiles, que ya no sólo satisfacen al acompañante adulto sino que hacen a los de esta franja etaria querer ir a ver “dibujitos” y reencontrarse melancólicamente con su niñez, Río (2011) es audiovisualmente colorida, políticamente correcta y una infalible acción de convocatoria turística. Uno de los mayores aciertos de esta producción de Fox y Blue Sky Studios (La era de Hielo, Robots), es disolver las divisiones que otros cines supieron crear: no hay categóricamente buenos ni malos, no hay héroes ni antihéroes, no gana la ciencia sobre el instinto ni viceversa; se pone en el mismo plano a los animales y a los animales-humanos, a los machos y las hembras, a los “yanquis” y los latinos. Otro mérito: la indiscutible calidad audiovisual (se vea o no en 3D, se escuche o no doblada) que, junto a una impecable e intensa musicalización con lo mejor de los ritmos brasileros, hacen que el filme de ganas de ser pájaro, carioca, dibujante, bailarín de carnaval, político, ecologista, niño. O, por lo menos, de correr a comprar un pasaje a Río de Janeiro (secretarías de turismo: tomen nota de la estrategia). La historia es simple y algunos elementos son previsibles, pero la trama sorprende y entretiene cada vez que puede y como es una película de dibujos animados, uno puede permitirse la -en otros casos puesta en juicio- emoción ante los pocos golpes bajos y resoluciones a lo Disney. Cada fotograma es absolutamente intenso, lindo, colorido. La música y los musicales dan ganas de bailar hasta al más aburrido de la fiesta, los recursos humorísticos son efectivos, hay un buen guión y una construcción de personajes profunda. Pero lo que resulta el objetivo más perseguido y más precisamente logrado es el de mostrar de la mejor manera los mejores atributos de Río de Janeiro: carnaval, pasión por el fútbol, color, música, flora, fauna, historia, arquitectura, ciencia, favelas pintorescas, playa, gente divertida; lo cual coincide con el hecho de que la película se llame Río: esta ciudad es la verdadera protagonista y la película resulta un gran y oportuno homenaje del director Carlos Saldanha a su ciudad natal (y a la libertad).
¡HISTÉRICA! En un capítulo de Friends, Rachel responde a alguna estupidez de Joey con un “gracias a dios que sos lindo”. Amigos con derechos (No Strings Attached, 2011) deja la misma sensación: si no fuera por la belleza de Natalie Portman y Ashton Kutcher (en ese orden), flaquearía en elementos que la “salven” de la retirada de la sala de cine y disminuyan las ganas de violentarse con el crítico que la catalogó como una revelación en materia de comedias románticas y la nueva Cuando Harry conoció a Sally. Ni lo uno ni lo otro. El filme (de historia simple: dos chicos lindos tienen sexo; uno quiere compromiso, la otra no; idas y vueltas emocionales; encuentros y desencuentros; desenlace romántico) no sorprende. La filmografía de Ivan Reitman como director no prometía otra cosa. Ashton Kutcher tampoco. Se mueve como pez en el agua en este tipo de personajes (galán ocurrente y sufrido de finales felices), tanto que el de ahora parece ser una resurrección del que propuso en Muy parecido al amor (2005). El trailer permitía intuir que -como suele pasar- los únicos diálogos y giros divertidos de la película están en él. Lo que sí sorprende es que Natalie Portman participe como actriz (está muy bien, como siempre, pero desperdiciada en el papel y el guión) y productora ejecutiva. Quizás Reitman utilizó el mismo poder persuasivo con el que convenció a otras buenas actrices para trabajar en películas no tan buenas (Uma Thurman en Mi super ex novia -2006-, Emma Thompson en Junior -1994-). O quizás se trata simplemente de negocios. Podría decirse que Amigos con derechos tiene buenas intenciones al pretender quebrar paradigmas como la presión social del casamiento, la patología y ridiculez en los noviazgos, el rol femenino y masculino en las relaciones afectivas y sexuales; al intentar ser “gay friendly” y marihuanera. Pero no. Lo que prevalece son los repetidísimos recursos del manual de la comedia romántica “oficial”, escenas que se perciben como ya vistas miles de veces en otras obras del rubro y planteos simples y taxativos de las relaciones humanas (los padres son los únicos culpables de las fisuras emocionales de los hijos, el amor suele presentarse de maneras estúpidas pero estamos indefectiblemente destinados a él). Es decir que la película resulta tan histérica como el vínculo entre los protagonistas. Coquetea con rupturas pero no del todo, termina de alguna manera legitimando aquello con lo que intenta romper, reivindicando el amor comprometido y “como debe ser” (contrariamente a lo que el “sin ataduras” del título original en inglés indica) y homenajeando a todas las malas comedias románticas precedentes.
UN BUEN AMIGO Un cuento chino (2011) es la historia de un argentino y un chino que tienen que vivir en la casa del primero por circunstancias accidentales. Es la historia de dos historias distintas e igualmente trágicas que se encuentran para mostrar cómica y románticamente que -morcilla más, palitos chinos menos- somos todos más o menos lo mismo. Aunque tiene un poco de esto, es moderada en el costumbrismo, en los giros sensibles, en la historia argentina, en el humor negro, en las coincidencias, en los estereotipos, en el romanticismo. Con la vaca como un símbolo constante (aparece en las comidas, en fotos, es parte protagónica de la historia y su desenlace, se presenta como una especie de emblema argentino y también elemento trascendental en la historia del personaje chino), la película habla sobre la incomunicación y la empatía, la amistad y el amor, las frustraciones, los eventos extraordinarios y los ordinarios, el malhumor, los prejuicios, las obsesiones, los miedos y la casi nunca sostenida eternamente soledad del ser humano. Si bien su calidad técnica y creativa se lo permitiría, no es un filme pretencioso. Un cuento chino ofrece composiciones de personajes profundas y serias, gran guión-dirección y actuaciones precisas y elogiables (tanto de protagonistas como de actores secundarios); mientras crea un cuento que se burla del argentino como se burla un buen amigo de otro: con respeto, cariño, humor y (auto) crítica.