De los rituales.
Habemus Papa: el psicoanalista del Papa comienza con imágenes de archivo de la vigilia, en la Plaza San Pedro, por la elección del nuevo Papa en 2005. Desde ese inicio, colorido y fervoroso, se indica que esta será una historia de espera y de rituales. La película argumenta con coherencia su tesis: la liturgia del cónclave es detallista; el plano del peregrinar solemne de los cardenales se abre para mostrar en una, casi, perfecta simetría, el amontonamiento de periodistas que espera una palabra mientras relatan un acontecer plagado de nada; el humor, entre cínico y sutil, queda inclinado hacia ese sector, siempre ridiculizado y en contraste con la gravedad religiosa. La ceremonia de votación va dejando entrever que la severidad que segundos antes veíamos, poco a poco irá desliéndose hacia una ligereza ingenua, hacia un tono con mayor anclaje en el humor y una liviandad que permitirá abordar temas más profundos sin subrayados groseros.
Una vez que todos los cardenales “favoritos” eludan el compromiso de ser elegidos (notable la escena de los pensamientos) el cargo recaerá en el cardenal Melville (Piccoli, enorme, o de cómo se dice todo con la mirada). Un detalle pone el punto en el problema por venir: tarda en decir que sí, segundos, los suficientes para que se lo presione “amablemente”. Más tarde, el último botón de un cuello abrochado ahorcará más que la garganta de ese pobre cardenal. Su santidad, de hecho, va a tener un ataque de pánico minutos antes de salir al balcón para saludar a la gente. No parece ser la fe la cuestionada, sino la responsabilidad. Saber que de ahí en más no habrá “exterior” (que no es otra cosa que el eufemismo con el que llaman dentro del Vaticano al mundo que los rodea) y que el teatro de representaciones que se le viene por delante es bastante menos atractivo que el que él solía amar. Ante tamaño descalabro en una estructura no acostumbrada a la sorpresa, el ridículo (bien entendido) hace nuevamente su entrada de la mano del propio Moretti como “el mejor psicoanalista” que deberá atender al Papa, tarea que apenas se concreta, pero por la cual deberá cortar todo contacto con el exterior.
En ese punto de la trama, promediando la película, la espera se torna palpable: en una salida de incógnito, el cardenal Melville, vestido de civil, se escapa por las calles de Roma. Así, el futuro Papa vaga por el exterior como cualquier hombre, en un redescubrimiento del acontecer cotidiano y banal; mientras, el psicoanalista queda encerrado junto con todos los cardenales a la espera de que el Papa desaparecido salga de una habitación en la que, claramente, no está. Habemus Papa desdobla su atención entre Piccoli y Moretti. En el mundo de los rituales que cruza toda la película entra el placer por lo lúdico; el Papa juega a ser actor en búsqueda de un sentido para el futuro que le espera, quizá recobrando su pasado. El psicoanalista organiza un torneo de voley entre los cardenales para paliar el aburrimiento. Habemus… abandona el retrato de la organización para centrarse en el de los hombres incluso apelando a momentos que de tan inverosímiles resultan desopilantes; momentos por los que se cuela un humanismo extraño, mezcla de ternura con sarcasmo, como escuchar a Mercedes Sosa cantar Cambia todo cambia en el exacto lugar en el que se supone que nada cambia.
Moretti nos regala una hermosa comedia hilarante, triste y melancólica. Pocos pueden navegar por la antítesis con tanta soltura y naturalidad. Hay crítica a una cierta parafernalia absurda que domina toda estructura burocrática, pero también hay una cierta candidez y un dejo de esperanza en la mirada a ese hombre de apariencia simple y bonachona. Quizá por eso mismo es que Moretti le regala al cardenal Melville un final abierto, sorpresivo, cerrando con una optimista (en especial para los que no somos creyentes) irrealidad un marco que había comenzado con imágenes reales, históricas, como si el viaje por los rituales y las ceremonias pudiera dar un vuelco al final.