Anexo de crítica: ¿Se puede alguna vez dejar de creer?; ¿Se puede perder la fe en algo que nos supera y determina nuestro papel en una gran obra donde cada uno ejecuta un rol?; ¿Se puede cuestionar ese rol o a aquel que nos designó para cumplirlo a fuerza de perder la libertad? Interrogantes perturbadores que por suerte no encontrarán respuestas unívocas ni verdades teñidas de arrogancia en esta película.
Lejos de lo anticlerical y mucho menos aún de la burla hacia la liturgia y los rituales católicos, el director de Aprile provoca, a partir de su mirada y del recurso de la sátira, un llamado a la reflexión acerca de la representación del poder y la responsabilidad que significa asumir un liderazgo ante una masa que deposita su fe y sus esperanzas en la figura de una sola persona; en un guía espiritual que transmita a través de sus acciones y palabras un mensaje lo suficientemente poderoso y clarificador para cambiar el mundo. Y es sin duda este rotundo cambio permanente del mundo moderno, alejado cada vez más de lo sagrado y atascado en un continuo caos y confusión generalizada, lo que genera en el protagonista de esta historia, el cardenal Melville (Michel Piccoli, brillante), una profunda crisis existencial.