Cambia, todo cambia
Tras varios años de ausencia detrás de cámaras, Moretti regresa en una producción un poco más ambiciosa y pretenciosa que las de sus últimas obras, pero al mismo tiempo más cínica, profunda y menos personal, en un buen sentido, que confirma su versatilidad tanto para el drama (ya lo había demostrado con la excelente La Habitación del Hijo) como su don para la comedia.
Habemus Papa son tres películas en una. Por un lado nos cuenta la historia de un Papa, elegido en forma casi accidental (porque los favoritos no querían ocupar el cargo), que ni bien asume y comprende que debe enfrentar al mundo, tiene un ataque de pánico y ansiedad. El vaticano decide llamar a un psicoanalista que supuestamente es el más reconocido de Italia, pero que le traerá más inseguridades, y le recomendará que vea a su ex esposa, también su psicoanalista. Un par de preguntas de la misma son suficientes para que el Cardenal Melville (que parece una gran ballena blanca), toque fondo y decida escaparse al mundo “real”.
Por otro lado, Moretti decide mostrarnos con más imaginación y humor que realidad acaso, la vida interna dentro del Vaticano: las reuniones, la elección, las costumbres, rutinas y protocolos. En vez de hacer una crítica corrosiva (aunque a muchos no les va a gustar tampoco esta mirada), que es lo que se espera de él, el director de Aprile, opta por una mirada complaciente, respetuosa y hasta naif. Humanista. Los cardenales parecen chicos totalmente absorbidos del mundo. El solo hecho de mostrarlos con dudas, miedos, inseguridades, es bastante cínico de su parte. ¿Para que tratar de hacer un alegato, una denuncia política para generar polémica si el objetivo del film es otro?
O sea, Moretti quiere hablar de hombres, no de instituciones y ese es justamente el fuerte del film.
La tercera historia, es la más descuidada y banal, aunque también podría haber dado pie a una subtrama que retratara las relaciones humanas: la del psicoanalista ateo que está atravesando una separación, no la puede superar y hace catarsis rodeado de los muros eclesiásticos con sus cardenales a través de un comportamiento soberbio y bobo. Este rol lo ejecuta, el propio director, que le viene como anillo al dedo y lo sabe de memoria. El problema es cuando toma mayor protagonismo del que debería esta subtrama, y no por los conflictos internos del personaje, sino por su comportamiento soso e infantil.
Mucho se ha comparado a Moretti con Woody Allen. Entiendo el por qué aunque no lo comparto del todo, más allá de que es cierto que tanto Allen como Moretti en sus propias películas no puede dejar de interpretar personajes con tintes autobiográficos, que expresan sus comportamientos, ideas y visiones del mundo, con algo de autoparodia y guiño a los espectadores que los conocen. Pero, lo que creo que más comparten son gustos estéticos y dilemas existencialistas.
De hecho, no sería muy desacertado comparar Habemus Papa con Crímenes y Pecados, donde Allen se guardaba para sí el rol más divertido, crítico y banal, y dejaba al gran Martin Landau a cargo de un personaje que debe convivir con dilemas morales.
En este caso, Moretti pone sobre los hombros del inmenso y jovial Michel Piccoli, el aspecto más interesante de la obra: ¿puede un hombre de fe, dudar de ella en el momento más importante de su vida, cuando debe transmitirla a los demás? El recorrido que atraviesa el Santo Pontífice, observando las calles de Roma, a la gente, redescubriendo su verdadera pasión y vocación, se convierte en un verdadero análisis del ser y de observación muy similar al que realizara Mr. Chance (Peter Sellers) al comienzo de Desde el Jardín. Entre fascinación y reflexión entendemos el comportamiento interno del personaje en apenas unas expresiones sutiles que lo dicen todo. Por eso lo de Piccoli no es mágico, sino milagroso. Cada escena de uno de los actores preferidos de Buñuel y Ferrari es un verdadero deleite. Moretti pone la cámara en función de cada mínimo gesto. Un primer plano de Piccoli dice más que todos juntos del propio Nanni.
Si bien es muy simpática y empática la mirada sobre los demás cardenales, la guardia del vaticano, protocolos y costumbres, hoy en día, bastante inútiles, es la subtrama del psicoanalista que no funciona. No solamente porque podría haber sido mejor explotada, sino porque además tapa a la del cardenal Melville. No por esto no deja de ser divertido el punto de vista, porque le da la oportunidad al director de burlarse de si mismo, de la psicología y particularmente de la soberbia de los psicólogos, con sus términos y métodos, alabando el poder del arte y especialmente del teatro como medio para salir adelante. Pero no logra funcionar en su totalidad esta sátira, acaso por la ambición del director de contar demasiado en poco tiempo. De esta forma, es más efectiva y directa la burla hacia los periodistas, el rol que ocupan los medios de comunicación y, sobretodo, los opinólogos (si sabremos de esto los argentinos, que de paso estamos bastantes presentes en la obra con banderas y número musical incluido).
Visualmente se trata de una de las obras más meticulosas de Moretti. Una puesta en escena barroca, donde los curas reproducen, por momentos, pinturas del siglo XVIII. Se presta mucha atención al poder de los colores rojo, blanco y negro dentro de la institución.
También vale la pena destacar un gran elenco secundario con Margherita Buy, Jerzy Sturh y Renato Scarpa a la cabeza.
Aun, con algunos puntos débiles pero un final impactante y devastador, Habemus Papa, es una obra delicada, inteligente y sublime. Introspectiva, pero a la vez entretenida y muy divertida, Moretti confirma su sordidez como narrador, observador y crítico, no solamente de las políticas de derecha, sino también del ser humano. Mientras que Piccoli, sin duda, logra la interpretación del año.