DESOBEDIENCIA
Moretti, el otro iconoclasta del cine italiano junto a Bellocchio, regresa con un film cómico y secretamente incómodo.
No hay duda de que Habemus Papam está entre lo mejor de la obra de Nanni Moretti, después de su única y verdadera gran película: Querido diario (1993). Como se sabe, causó un poco de escándalo en el momento de su estreno en Italia y posteriormente en su paso por el festival de Cannes: el tema es la decepción paulatina de los fieles respecto del Papa elegido. Extraña parodia democrática la elección de un Papa: el voto individual de los prelados, en esencia, más que representar una convicción, es la canalización directa de una voluntad de otro orden que dicta y confirma a su representante en la tierra.
Moretti no es un gran organizador del espacio cinematográfico. Filma como puede y a veces acierta en sus elecciones formales. El plano generalísimo parece su favorito. El registro de los fieles y el Vaticano es notable.
Sin duda, el film se beneficia de su Papa. Michel Piccoli ofrece un trabajo extraordinario como un Papa que una vez elegido sufre un ataque de pánico que luego será esclarecido a través de un acto de desobediencia institucional y de obediencia personal. Cuando desde el Vaticano llamen al psicoanalista interpretado por Moretti, éste pregunta sobre qué puede y no puede preguntar y llega a pronunciar el obstáculo fundamental, el centro de todo conflicto: todo religioso, tarde o temprano, habrá de resolver su relación con su propio deseo. Y aquí, el deseo del Papa elegido consiste en retomar una vieja y postergada pasión por el teatro. No lo expresa de ese modo, pero terminará viendo una obra en un teatro y representando luego un papel al que su deseo le impone una lógica fuera de la obra en la que ha sido elegido como estrella canónica y única.
Hay en Habemus Papam una operación sagaz que hace añicos el núcleo de la creencia religiosa. Moretti destituye sigilosa y piadosamente el concepto de mediación. Que el Papa votado y elegido finalmente renuncie a su puesto y se resista a su predestinación es un acto que en otro tiempo histórico hubiera encendido los fuegos de la hoguera. Quizás por esto el retrato de los feligreses y de los religiosos es demasiado respetuoso, casi al borde de la sospecha. ¿Puede ser que entre todos los candidatos a convertirse en Papa no escuchemos miserias ni ambiciones inconfesables? Los cardenales son amorosos; los fieles en la plaza del Vaticano rebosan de simpatía. Moretti, a diferencia de Bellocchio, otro director italiano y ateo, que va de frente e impugna el accionar de la feligresía, apuesta a un retrato piadoso y acrítico de la institución mientras impone una agenda secreta que hiere el fundamento de la fe.
La excesiva presencia de Moretti, por ejemplo en el campeonato de vóley en el Vaticano entre curas latinos, europeos y africanos, pertenece a otra película, como también el pasaje, forzado y ligeramente demagógico, en el que se escucha un tema de Mercedes Sosa. Pero el cierre del film, con la sugerente Miserere de Arvo Pärt, es una de las secuencias más extraordinarias de la carrera de Moretti. La explosión ante nuestros ojos de la orfandad teológica de una muchedumbre desconsolada resignifica la totalidad de la película. El misterioso adagio cristiano, “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, regresa como un relámpago destinado a iluminar la vulnerabilidad de los hombres.