Sola en el país de las maravillas
El magnetismo que desprende la actriz Martina Juncadella en el debut cinematográfico de María Florencia Álvarez, Habi, la extranjera, es lo que atrapa de inmediato al público para adentrarse en una suerte de cuento de hadas urbano, donde se pone en juego la crisis de identidad, la inocencia de la juventud, el desarraigo interior cuando nada forma parte de las raíces y el desamparo. Ese es el tránsito que marca esta aventura iniciática desde el extrañamiento de la joven Analía, llegada a este idílico paraíso de calles angostas, culturas dispersas, pensiones chicas y sueños a la vuelta de la esquina.
La inocencia, en su faz menos cruel, opera como nexo entre la realidad y la ficción a partir de que la protagonista como parte de un juego se apropia de la identidad ajena para hacer de la otredad su único horizonte, en su camino de exploración y autoconocimiento. Se ve seducida por los cantos de sirena de la comunidad musulmana, sus costumbres, sus rezos y palabras que no entiende pero eso no importa porque ella juega a ser otra.
En ese sentido, cae como referencia intertextual para este debut de Álvarez en el largometraje, la película protagonizada por Julio Chávez El otro (2007) de Ariel Rotter, quien también asumía el papel ajeno para escapar de una vida rutinaria y gris, pero la diferencia fundamental es que la oscuridad de aquel film en este caso no aparece y es reemplazada por la idea de autodescubrimiento de la propia protagonista, a quien de a poco se le va acabando el idilio e incluso se ve superada por su propia imagen.
Los personajes secundarios aportan lo suyo y en especial el que interpreta con solvencia Martín Slipak, quien actúa como efecto del reflejo de esa imagen proyectada.
La inteligencia de María Florencia Álvarez permite que el film crezca y vaya de menos a más sin pretensiones y con un fuerte apego a la historia y a su protagonista, tanto desde el punto de vista que siempre es el mismo como en lo que a puesta en escena se refiere.
Los pequeños grandes momentos de Habi, la extranjera son precisamente aquellos que surgen bajo la espontánea búsqueda que Martina Juncadella transita sin especulaciones de otro nivel más que la de transmitir sensaciones con el cuerpo; con los gestos o el silencio de una habitación. No hay bosques en este cuento de hadas sin fantasía, sin ogros ni brujas malévolas más que las reales que pueden encontrarse en cualquier lugar del mundo.