Es el gusto por el detalle y el cariño por las series televisivas y referentes de una época que determinaron parte de su formación cinéfila, junto con su capacidad para la reapropiación, el homenaje y jugar con esas referencias pero dándoles la vuelta con su espectacular talento lo que determina la inigualable marca de estilo de Tarantino.
Y esta vez se dio el gusto de juntar a todas en Érase una vez… en Hollywood. Titulo que Tarantino aprovecha, como si de una fabula se tratase, para rendir tributo a esa gran fábrica de sueños que a finales de los años 60 asistía a la transformación de los grandes estudios con el cine de acción de serie B, las series de televisión del FBI que crearon nuevos héroes y formas de justicia y de violencia, las coproducciones europeas y el spaghetti western -con el periplo europeo del personaje de Di Caprio que solo vale para encadenar citas y homenajes explícitos al genero-. En un contexto de cambio social con el espectro acechante del movimiento hippie y la violencia que inundaba las ficciones, pero también se encontraba tras las lujosas mansiones de las estrellas.
La película esta estructurada alrededor del asesinato de la actriz Sharon Tate y sus amigos que fueron masacrados por la banda satánica de aquel demente llamado Charles Mason, Pero Tarantino propone una nueva versión de ese fatídico verano del 69 en la que pareciera querer exorcizar los demonios de aquella fabrica de sueños tocada por el escándalo y la impureza.
Centrado en Rick Dalton -Leonardo DiCaprio-, un actor de televisión que está pasando de moda en Hollywood y que necesita reinventar su carrera, y su amigo y doble de riesgo Cliff Booth -Brad Pitt- que sufre su propia crisis existencial sutil, describe con esa mezcla de banalidad y sustancia la relación de estos dos personajes y su entorno, a la que se suma sus vecinos el director Polanski y sujoven actriz y esposa Sharon Tate -Margot Robbie-.
Brad Pitt, en funciones de tipo duro y enigmático -como el momento en que rechaza las insinuaciones sexuales de una menor de edad, mostrando una integridad que no cabía esperar del personaje-, y Leonardo DiCaprio poniendo su histrionismo a un egocentrista pero con la autoestima baja, son el centro de esta historia que debería tener a Margot Robbie como protagonista.Pero mas allá de simbolizar todo lo bello y bueno que pudo ofrecer la Meca del Cine,Margot Robbie interpreta a un personaje al que curiosamente Tarantino dota de poca profundidad y termina funcionando más como artefacto narrativo que el de un personaje, siendo casi la única secuencia significativa aquella de Margot Robbie en el cine mientras se ve a sí misma como Sharon Tate en la cinta de Phil Karlson "La mansión de los siete placeres".
Se concede algo al grupo de "chicas Manson", en su mayoría indiferenciadas, que incluyen a Margaret Qualley, Dakota Fanningy cameo incluido de Lena Dunham.
Hay lugar para burlarse de Bruce Lee así como una larga lista de buenos actores desperdiciados en papeles incidentales, desde Al Pacino, Kurt Russell, Timothy Olyphant, Dakota Fanning, Bruce Dern y Damian Lewis, entre otros.
Aunque hay una secuencia cargada de señales, amenazas y suspenso cuando el doble de riesgo visita el set de película abandonado que los seguidores de Manson usurparon, la figura del mismo Manson está casi ausente y Tarantino se ocupa de ridiculizarlo hábilmente e incluso aprovecha para insertar el cameo de Bruce Dern como el propietario senil del rancho.
Con actuaciones estelares y una magnífica y divertida ambientación de Los Angeles a finales de los años sesenta, durante casi dos horas el relato se pasea por los estudios con un meritorio rastreo de lugares, ambientes y todo un universo de referencias y citas musicales, cinematográficas, televisivas y hasta publicitarias -que son inacabables- colocadas meticulosamente con su cartel correspondiente. Muchas de las canciones arrancan con la idea de soportar, subrayar o contradecir lo que se ve y acaban sonando en la radio del coche. Incluso vemos parodias en el estilo visual de noticieros, programas y películas y abundan las escenas de western.
Aunque técnicamente prodigiosa y nostálgica para algunos, la historia se torna larga y por momentos dispersa y aburrida. Incluso sorprende muchos de sus diálogos insustanciales y carentes de ingenio -algo inaudito en uno de los más originales directores del cine moderno-. El relato cobra fuerza en sus 40 minutos finales cuando la verdadera acción aparece.
Tarantino no olvidó cómo narrar una historia de la forma brutal que solía hacerlo pero lo hace recién al final en un enfrentamiento sangriento sin restricciones.