Se puede afirmar que en la actualidad hay muy pocos cineastas que, estando fuera del sistema de blockbusters que está fagocitando la industria cinematográfica de a poco, tienen piedra libre para hacer lo que quieran. Uno de ellos sin duda es Quentin Tarantino, cuyo horizonte profesional autoimpuesto de dirigir diez películas ha llegado casi a su final con su nueva obra Había una vez… en Hollywood, donde -una vez más- echamos un vistazo a su amor incondicional por el cine y por sí mismo.
Había una vez… en Hollywood cuenta la historia de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), una estrella de televisión de los años 50 que se encuentra en la curva descendiente de su carrera e intenta hacer su gran salto a la pantalla grande, siempre acompañado por su doble de riesgo y empleado Cliff Booth (Brad Pitt). Como historia paralela, nos encontramos con la actriz Sharon Tate (Margot Robbie), vecina de Dalton en su mansión de Cielo Drive, donde fue asesinada en 1969 por el clan Manson, mezclando así en este peculiar largometraje lo verídico con lo ficticio. Así como su título lo indica, la película está presentada como un cuento de hadas, en el que se hace un recorte de una época que para Tarantino evidentemente tiene una magia intrínseca, ubicada entre la era dorada de Hollywood y el fin del Verano del amor. Escrita como una carta en la que se amalgaman la nostalgia, el cariño y el deseo por volver a tiempos más simples, Había una vez… tiene una estructura distinta a lo que el director acostumbra, lo cual posiblemente desconcierte podría a parte de su público fiel.
La estructura narrativa de este film está dispuesta como una serie de viñetas, situaciones cotidianas en donde ambos protagonistas pasan el rato y hablan de sus cosas, sin ahondar demasiado en esos diálogos ingeniosos y citables que tomaron por sorpresa al mundo cuando Perros de la calle salió en 1992, pero con una madurez que se traslada a la totalidad de la obra. Esa madurez sin embargo se ve algo desteñida cuando Tarantino inserta sus inevitables auto referencias y llamadas a su propia filmografía, incluyendo escenas que no aportan mucho a una trama que ya de por sí se siente inconexa (aunque no por eso aburrida). Todo esto da como resultado que la película tenga una extensión titánica de casi tres horas, algo que también es característico en su obra tardía (desde Bastardos sin gloria que todas sus películas tienen una duración de más de dos horas y media), dejando en evidencia el exceso de confianza que los grandes estudios tienen en Tarantino, junto a su megalomanía y sus delirios de grandeza.
En cuanto a las actuaciones, es difícil abordar esta película, puesto que dispone de dos papeles protagónicos (DiCaprio y Pitt), un rol secundario (Robbie) y un arsenal de cameos y apariciones muy breves de actores reconocidos como Kurt Russell, Al Pacino o Bruce Dern, quienes tienen para brillar solamente una o dos escenas. La dinámica al estilo bromance entre Rick y Cliff está muy bien aceitada, en parte gracias a la química entre ambos actores y al hecho de que sus personalidades son antagónicas a la vez que complementarias. Rick es millonario y famoso, pero lleno de inseguridades, mientras que Cliff, quien vive en un trailer y a menudo no logra conseguir trabajo de lo suyo, siempre se muestra confiado y disfruta de la paz interior que a su jefe tanto le falta.
Por otro lado, la protagonista femenina parece escasear en escenas que le den un peso real, teniendo en cuenta que se trata de una persona que realmente existió. La belleza de Margot Robbie por momentos resulta ornamental en la piel de Sharon Tate, lo cual fácilmente podría ser adjudicado a la supuesta desatención histórica de Tarantino por sus personajes femeninos (algo que puede ser desestimado si recordamos a La Novia, Jackie Brown o Shoshanna). Sin embargo, con el correr de los días es posible llegar a la conclusión de que la figura de Tate funciona para insinuar, para generar expectativa en el público sobre lo que podría llegar a pasar. Si este personaje no tiene grandes diálogos ni escenas memorables (aunque la puesta en abismo de ella viéndose en su propia película emociona) es simplemente porque esa “vaciedad” debe ser llenada por los espectadores, y a medida que avanza la trama se va creando una atmósfera de tensión y duda que hacia el final termina estallando como pocas veces hemos visto en la filmografía de Tarantino. Si bien es cuestionable que esta construcción tome casi tres cuartos del total de la película, el resultado es sin duda memorable.
Había una vez… en Hollywood es un viraje hacia otra dirección en la carrera de Tarantino, una que -finalmente- lo aleja del western y lo lleva hacia nuevos horizontes, no sin ser la obra que más dividirá las aguas desde Death Proof en el proceso, pues muchas de las facetas de su sello autoral no están tan presentes en esta ocasión. Es una película que apela al humor, al absurdo, a la búsqueda de un pasado ya extinto y cuyos intentos de recuperarlo resultan patéticos. La madurez que el cineasta norteamericano ha alcanzado con esta historia permitirá que pueda ser revisitada desde muchas otras perspectivas con el paso del tiempo.