Había una vez... en Hollywood

Crítica de Henry Drae - Fancinema

LA NOVENA QUE MEJOR SUENA

Si tuviese que definir en una sola palabra a la novena producción escrita y dirigida por Quentin Tarantino, esta sería evolución. Y no con esto me atrevo a decir que el director demuestra en Había una vez en… Hollywood una suerte de aprendizaje, sino que pareciera que ha decidido hacer una película que deja un poco de lado el ego para entrar en ciertas convenciones que evitan perder espectadores.

Me refiero puntualmente a lo que, en lo personal, más me incomoda en sus películas, como lo son esos diálogos interminables y muchas veces triviales y absurdos, que si bien naturalizan situaciones y le dan credibilidad y humanidad a sus personajes, a la larga se hacen tediosos. Los descubrí y aprendí a disfrutar en Tiempos violentos, los padecí un poco en A prueba de muerte y casi me hacen caer dormido en Los 8 más odiados, en la cual también me molestó la duración de planos y escenas en general. Claro que entiendo que los excesos y licencias que se toma Tarantino se deben simplemente a que puede hacerlo y sus fans lo celebran de modo incondicional. Podría estrenar una película de ocho horas sin cortes y estoy seguro de que llenaría salas con gente que no se despegaría un minuto de la butaca. Y lo sabe.

Por eso tengo la impresión de que con Había una vez en… Hollywood va por un espectador más clásico, más convencional, de menos paciencia y también menos complaciente. Y su habilidad radica en que para ello no tiene que descuidar a su audiencia más ortodoxa, porque funciona para todos como un mecanismo de relojería.

Había una vez en… Hollywood cuenta algunos años en la vida de Rick Dalton (Leonardo Dicaprio) un actor de cine y series de TV que comienza, quizás, a declinar en su carrera y aún no ha logrado una posición de privilegio que lo haga ser considerado como un ícono de la industria. De hecho el productor Marvin Schwarz (Al Pacino) le ofrece la oportunidad de filmar en Italia una serie de westerns spaguettis para desencasillarse de un rol de villano que comienza a serle cada vez más familiar. Pegado a él está su amigo y compañero Cliff Booth (Brad Pitt), cuya vida transcurre en los lapsos en los que Rick no lo necesita como doble de riesgo, sin que por ello se sienta menos ni le quite personalidad. Mientras Rick decide qué hacer con su futuro y cómo comunicarlo a su empleado, una pandilla de jóvenes reclutados por el clan de Charles Manson pulula por allí sin tener una real conexión con la dupla, ni con sus vecinos, a pesar de habitar en la misma villa. Será la dulce, sexy y desenfadada Pussycat (Margaret Qualley) la que, intento de seducción mediante con Cliff, y exhibición de pies desnudos en alto como podemos anticiparlo en el trailer, traiga el primer atisbo de cruce de historias, entre el ancla de la realidad de los sucesos de aquellos años y la fantasía de la introducción de estos nuevos personajes. Eso mismo y el deambular de la hermosa y Sharon Tate (Margot Robbie), fascinada por su participación en la nueva película del agente Matt Helm a cuya proyección asiste sola, es lo que nos mantiene en suspenso a lo largo de toda la historia esperando lo prometido, sin que en ningún momento aparente ser lo más apasionante del relato.

Porque Había una vez en… Hollywood aprovecha para hacer hablar a los próceres de aquellos años, por boca propia y de terceros, como en el cameo de Steve McQueen (Damian Lewis) o las apariciones casi furtivas del director Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y Sam Wanamaker (con la perlita de ser interpretado por Nicholas Hammond, el primero que diera vida a Spiderman en la TV). En esas voces Tarantino expone cómo funciona la industria, para dónde va y las incertidumbres de los actores de fama volátil y múltiples inseguridades como Rick. Dalton es un tipo hipersensibilizado, esclavo de su baja autoestima que necesita del reconocimiento para funcionar paso a paso, casi una caricatura de lo que debe ser un actor sin una base emocional que lo contenga de aquellos tiempos y probablemente también de hoy. Cliff, por el contrario, es alguien que deja que la vida lo lleve, que tiene una fortaleza física tan grande como su seguridad y también poca paciencia para aguantar lo que le moleste (la escena que tiene con un Bruce Lee petulante es antológica).

En ese punto y en la manera en que se define a ambos personajes, la película cumple en lo que debe tener una buddy movie aunque no lo sea. Incluso coquetea permanentemente con el western, mostrándonos escenas completas del rodaje de uno y, a modo de cajas chinas, sin tampoco serlo, para terminar coronando todo con elementos típicos de un slayer, aunque, desde ya tampoco lo sea.

Pero en medio de todo eso, para cuando nos acostumbramos a las desventuras de Rick y Cliff, juntos o por separado, casi que ni esperamos que vaya a suceder lo que históricamente sabemos, porque ya todo es interesante en ese Hollywood de fines de los 60 tan preciso y detallado que nos pintó el director. No será mi función delatar qué tan apegado es a la realidad de lo elegido como anécdota, pero bastará con recordar lo que hizo con Bastardos sin gloria como para saber que todo es posible en las implicancias (hasta verlo a Dalton quemando nazis con un lanzallamas en una auto-referencia brutal de la nombrada película).

Había una vez en… Hollywood no es épica en el sentido estricto de la palabra, ni siquiera completa un “camino del héroe” que sirva para pintar el aprendizaje de un personaje heroico o falto de heroicidad, es una aventura pequeña en un marco inmenso y con un desenlace que no decepciona en absoluto. Lo importante, lo esencial, es que de ninguna manera es una más de la filmografía tarantinesca. Tiene todo para serlo, pero no le sobra nada, lo cual a veces parece el resultado de un corte de productor para que “funcione” en todos los targets. Y curiosamente y como pocas veces ocurre cuando se aplica, lo hace de maravillas.

Y si esta no es la cereza del postre en la filmografía de Quentin Tarantino, no puedo imaginar qué nos espera en la décima (prometida como la última), que no puede dejar de serlo elevando la expectativa como solo sabe hacerlo el director.