Tarantino en estado puro
La esperadísima novena película de Quentin Tarantino llega a los cines locales y no todo es color de rosa para el realizador y la historia de este actor y su doble que buscan un lugarcito en un Hollywood cambiante.
El estreno de una nueva película de Quentin Tarantino siempre es motivo de celebración cinéfila, y momento de debate, porque este niño maldito (y prodigio) de Hollywood siempre da qué hablar con sus historias recargadas de violencia, diálogos verborrágicos, humor negro, ironía, narrativa no-lineal y múltiples referencias a la cultura pop, entre tantas cosas. Curiosamente, “Había una Vez… en Hollywood” (Once Upon a Time in... Hollywood, 2019) se saltea varias de estas normas, aunque no por ello deja de ser un producto 100% Quentin. Pero, en este caso, la pregunta es: ¿a quién intenta satisfacer con esta oda sobre los entretelones de la meca del cine? ¿A su público, o a su propio ego?
Nos inclinamos un poco más por la segunda opción, ya que “la novena película de Tarantino” celebra a la mayoría de sus ídolos y varios de sus berretines, pero muchas veces se pierde en su propia narrativa, alargando momentos que no siempre encuentran los mejores desenlaces. Esta primera producción alejado -por obvias razones- del ala protectora de Harvey Weinstein y The Weinstein Company (productor y compañía ligados estrechamente a su carrera y su éxito), nos lleva al Hollywood de 1969, más precisamente al mes de febrero, donde el actor Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), una vieja estrella de los westerns televisivos de la década del cincuenta, intenta mantener su carrera a flote agarrando cualquier papelito que se le presente, siempre arrastrando a su doble de acción (amigo y confidente) Cliff Booth (Brad Pitt), un ex veterano de guerra con un oscuro pasado.
Para Dalton, las glorias quedaron atrás y ahora sus opciones son cada vez más escasas. Creyendo que su imagen se está viendo afectada por una seguidilla de interpretaciones villanescas, el productor Marvin Schwarz (Al Pacino) le ofrece una salida: viajar a Europa y sumarse a la fiebre de los Spaghetti Westerns, una oferta que Rick no duda en rechazar, asegurando que no están a su altura.
Y sí, el ego juega un papel fundamental en esta historia, aunque Dalton no parece darse cuenta. Su vida sigue siendo la de una estrella, rodeado de pequeños lujos, una mansión en Cielo Drive y Cliff como compinche y compañero de copas, que también hace las veces de chofer y mandadero, siempre que su amigo (y empleador) lo necesite.
Al margen de sus desventuras, Tarantino suma un componente más cuando la actriz Sharon Tate (Margot Robbie) y su marido Roman Polanski (Rafał Zawierucha) se mudan a la casa contigua, meses antes de que los seguidores de Charles Manson (Damon Herriman) cambien el curso de su historia. El sueño de Rick, sin dudas, es fraternizar con sus nuevos vecinos y, con suerte, cambiar un poquito su estatus laboral.
A pesar de lo que pudiéramos creer, estas dos historias toman caminos separados y es ahí donde “Había una Vez… en Hollywood” sufre uno de sus tantos reveses en la trama. La historia de Tate/Robbie resulta sólo una excusa (¿un Macguffin?) para los caprichos narrativos de Taranta que, sabemos (y somos cómplices de ello), tiene sus propias fantasías y sus giros bajo la manga. No vamos a entrar en detalle porque estaríamos revelando momentos fundamentales de la película, pero esta vez, su “visión de los hechos” puede dividir las aguas.
Sharon Tate versión Margot Robbie
La relación Rick/Cliff es lo más entretenido de este estrambótico detrás de escena hollywoodense que nos presenta su peculiar versión de celebridades como Bruce Lee (Mike Moh), Steve McQueen (Damian Lewis) o James Stacy (Timothy Olyphant), personajes que atraviesan el día a día de esta dupla, así también como muchos de los miembros de la familia Manson. Ahí es donde entran en juego, casi azarosamente, “Pussycat” (Margaret Qualley), Charles ‘Tex’ Watson (Austin Butler), Lynette ‘Squeaky’ Fromme (Dakota Fanning) y Catherine ‘Gypsy’ Share (Lena Dunham), entre otros, los “hippies” tan odiados por Dalton y con los que Booth tendrá un extraño encuentro en el rancho Spahn.
La historia de Tarantino resulta más una anécdota de la época que una película con principio, nudo y fin. El realizador rompe varias de sus estructuras preferidas para contarnos el “fin de esta era dorada del cine norteamericano”, siempre a través de su mirada nostálgica, sus pasiones y sus fetiches. Acá, incluso más que en “Los 8 Más Odiados” (The Hateful Eight, 2015), Quentin hace lo que quiere porque sabe que se puede salir con la suya, aunque esto también implique su complicidad con el espectador.
“Había una Vez… en Hollywood” tiene demasiados momentos contemplativos (no para el director, claro) que afectan al ritmo y al conjunto de la trama. Si bien, DiCaprio nos da una nueva clase de actuación y nos cautiva con su encanto y patetismo, es el personaje de Pitt el que se lleva los laureles cada vez que aparece en la pantalla. No podemos decir lo mismo de Robbie, un lindo adorno dentro de la narración que, en la mayoría de los casos, no aporta absolutamente nada. ¿Una autocensura en la era del #MeToo para no herir susceptibilidades?
Así de canchero es Cliff Booth
Igual, el poder cinematográfico de Tarantino está intacto. Nos alcanza con ver cuantos actores se prestan a pequeños cameos por el sólo deleite de hacerle el aguante a su amigo y continuar esta tradición con “la pandilla”. Lamentablemente, su carrera nos entregó hitos más interesantes, donde la provocación no se ponía al frente del relato, e incluso, dentro de sus tramas no-lineales, la desprolijidad no resultaba un problema. “Había una Vez… en Hollywood” se desborda en el peor de los sentidos: no el del joven y posmoderno realizador que hizo de la democratización un arte y un espectáculo visual, sino la de un cinéfilo que está queriendo ponerle fin a su carrera, como él mismo declaró, tras el estreno de su décima película.