Hay películas cargadas de cinefilia y películas que son verdaderas declaraciones de amor al cine. Esta última variante es la menos habitual.Quentin Tarantino vuelve a hacerlo en su novena película con tanta claridad que hasta podría valerse de ella para justificar o fundamentar un eventual cierre de su carrera como director.
El tratado de referencias cinematográficas que Tarantino escribe en cada una de sus obras aquí tiene más páginas que nunca. Rebosa de citas a través de afiches, pósteres, trailers, extractos televisivos, audios radiofónicos, marcas, publicidades y objetos a granel. Esa suma inagotable no es pura acumulación. Nos ofrece el marco de una historia extraordinaria, en la que se funden de manera ideal realidad y ficción. Una realidad, de paso, que no podría tener otro instrumento que el lenguaje del cine (todas sus posibilidades) para ser representada.
Como Tarantino ama profundamente al cine (al cine que tiene a Hollywood como palanca que pone en marcha al mundo) también lo hace con los tres grandes personajes de su nueva película. En ellos (trabajadores auténticos, en definitiva, de esa fábrica de sueños) queda bien a la vista ese enamoramiento, que instala en 1969. Un año clave. Allí está Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), una estrella del cine de género (policial, western) en los años 50, consciente de su ocaso sin resignarse a ese destino. Está también Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de riesgo, chofer, confidente, amigo. Un cowboy moderno con problemas legales y una seguridad pasmosa para moverse en cualquier terreno. Y está Sharon Tate (Margot Robbie), la chica que vive el sueño de convertirse en estrella y ser reconocida como tal en un mundo que necesita esa clase de figuras aunque no lo reconozca. Lo que hacen los tres actores es extraordinario.
Tarantino elige un esquema narrativo que al principio podría desconcertar, pero que alcanza la plenitud narrativa, visual y dramática cuando cada uno de ellos tiene el momento de demostrar lo que siente, que no es otra cosa que darle sentido, movimiento y goce a la experiencia cinematográfica más pura. El director los activa en un momento de la historia en que el Hollywood clásico se desvanece y otro empieza a ocupar su lugar.
Un choque cultural que se expresa en las tensiones entre cine y TV, en el cruce entre Hollywood y las experiencias foráneas que adoptan sus formas (hay un gran homenaje aquí a Sergio Leone), entre placeres y estallidos de violencia. El reconocido virtuosismo narrativo de Tarantino se hace tierno y comprensivo en el cariño hacia sus personajes, que en el fondo son sus pares y que con tanta fortaleza hasta se sienten capaces de reescribir la historia.