El corte del boleto, el comentario del afiche, el olor del pochoclo y otra tantas cosas que no se pueden ver en pantalla pero sí sentir y que curiosamente no evocan tanto cuando uno recuerda verdaderos homenajes al séptimos arte. No soy el fan descarnado por la filmografía de Quentin Tarantino pero he visto absolutamente todas sus películas y participaciones en series de tv y tuve ese romance en el inicio de su carrera allá con Reservoir Dogs y todo el furor post Sundance. Hoy llega a todos los cines su novena película que suelta el intento (malogrado para mi gusto) del spaghetti western pero coqueteando desde otro lugar, un lugar que le sienta bien como constructor de relatos referentes a la cultura popular, siendo una especie de testigo del devenir de la carrera de estos protagonista que se encuentran sumidos en este mundillo que es Hollywood todo un ejercicio melómano acerca del cine.
Ya desde la primera secuencia donde vemos a Marvin Schwarz (Al Pacino) en una charla con Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) hablar del futuro de su carrera y las implicancias de sus decisiones entendemos lo que el director quiere dejar plasmado; y no es otra cosa que sacarle el velo a Hollywood mostrar en constante maridaje la acción que envuelve los tres ejes centrales en un entorno de perpetuidad con el celuloide, casi que no hay fotograma que no emane cine y es eso lo más interesante de Once Upon a Time In Hollywood. El trabajo de Brad Pitt es muy bueno interpretando a Cliff Booth, un doble de riesgo abocado al rol de amigo entrañable de Rick Dalton, un hombre sin empleo ni lugar en esa industria que lo tiene relegado por causas de un hecho accidental del pasado y que será de alguna forma el nexo para transitar los momentos de acción más interesante. No recuerdo una coexistencia más romántica en el pasado filmográfico de Tarantino como el que logran Di Caprio y Pitt en escena. No es una simple muestra de caballerosidad: son dos hermanos que disfrutan momentos y tiene charlas exquisitas donde debaten temas sin caer en los extensos diálogos a los que el director nos tiene acostumbrados y que a veces no son necesarios.
Una de las cosas que más polémicas trajo en su estreno en el festival de Cannes pasado es la presencia y relevancia del papel de Margot Robbie como Sharon Tate. Lo que puedo decir respecto a esto es que vamos a ver una Sharon Tate que seduce a la cámara; hay escenas donde la muestran en un letargo eterno como si se fundiera en una ficción de metalenguaje, y creo que Tarantino cuenta quizás por primera vez una historia donde el eje no es la ficción simple sino una historia donde el cine es inmortal a todo acecho y que no apunta a subyugarte de la cultura pop sino a envolverte en una época. De alguna forma la película se aparta de la frivolidad del caso criminal y pone en foco la esencia misma de algo mucho más poderoso que la venganza como podría ser a Hitler en Inglorious Basterds, la película enaltece a estas estrellas las pone a resguardo incluso de la faranduleria y egocentrismo desmedido. Vamos a ver infinidad de cameos de actores y su forma de relacionarse en esas pool party’s tan deseadas también habrá tiempo para el intertexto porque Quentin Tarantino necesita ese toque ególatra que ya es sello y empaquetado de su marca.
Estamos ante una una gran oda al cine un punto y aparte para un tipo que se creía perdido en un discurso que se disolvía en la intención de hacer como si el cine fuera solo una cuestión simétrica. La deconstrucción de hitos y mitos, es una gambeta al estatus quo idílico que en la realidad ilumina más a los asesinos que a los que asesinan de mentira, y esa es la verdadera venganza, la venganza de un cine que se cree muchas veces moribundo.
No me quiero despedir de esta review sin hablar del último plano y destacar que presten especial atención a la última escena que logra emocionar. Vayan a verla al cine, disfruten de la ceremonia del cine en su total vitalidad con este Quentin Tarantino desprovisto de egos y entregado a hacer una película acerca de hacer películas.